#8M: 'Parar mesa del cambio social', un artículo de Marta Aran

Marta Aran

«Todo trauma tiene una literatura». Con estas palabras Virginie Despentes explica, en su proclamado ensayo La teoría de King Kong, cómo la literatura fue un gran apoyo para superar una enfermedad mental, después de haber sido ingresada en un hospital psiquiátrico. Añade: «Los libros estaban allí, me acompañaban, hacían que aquello fuera posible, enunciable y que yo pudiera compartirlo.»

La misma autora, tiempo después, sufrió una violación en grupo y volvió a buscar el mismo consuelo dentro de la literatura. Su sorpresa fue, que esta vez, no era tan fácil encontrar algún referente que pudiera acompañarla. Nos explica lo siguiente: «Ninguna mujer después de haber pasado por una violación había podido utilizar el lenguaje para hacer de aquella experiencia el tema de una novela. Esto no ocurría en el dominio del hecho simbólico.»

«Todo trauma tiene una literatura, sí, pero sólo si has tenido la suerte de nacer hombre, blanco, hetero, cis y en muchos casos, dentro de una clase social alta»

No nos engañemos, dentro del mundo de los «traumas» y las historias, siempre ha existido una pirámide bien definida y una jerarquía social. Y por supuesto, todos los escalones no disponen ni mucho menos una literatura diversa en muchos de los casos. Ni el mismo tratamiento. Así pues, podríamos estar de acuerdo en el concepto que nos insinúa Despentes, que todo trauma tiene una literatura, sí, pero sólo si has tenido la suerte de nacer hombre, blanco, hetero, cis y en muchos casos, dentro de una clase social alta.

No hace tanto que en nuestra sociedad nos hemos dado cuenta de la dictadura en las historias de ficción. ¡Demasiado tiempo vivimos el sueño americano donde nos hicieron creer que todas las ficciones nos representaban! Yo misma, hace 5 años no me daba cuenta de todo esto. Pero cuando ha habido conciencia conjunta de la injusticia, las creadoras hemos sido rápidas. Hemos hecho de esta carencia una cuestión imperativa y de urgencia para crear todo ese imaginario de ficción y ocupar el escalón de la palabra magna, la de la literatura. Sin estereotipos, ni «líos montepíos» de aquellos que tienen muchos más privilegios que tú. Esto ha llevado a que las creadoras empezáramos a producir, incluso por encima de nuestras deconstrucciones. Porque la literatura debe poder acompañar a ¡totis en sus traumas, no sólo a un tanto por ciento minoritario de la humanidad! Y créanme, no es tarea fácil.

Marta Aran es autora de textos teatrales como ‘La noia de la làmpada’, ‘La segona Eva’ o ‘Els dies mentits’, ganador del Premio Max 2020 a mejor autoría revelación. Imagen: Roser Blanch

Como autora, sentir que tienes en tus manos esta responsabilidad y que construyes los cimientos de lo que nunca se ha construido en una comunidad arena y llena de compañeras, es una sensación emocionante, excitante y alegre. Pero en otras situaciones, fuera de ese ambiente, puede llegar a ser… represiva.

«El mercado cultural muchas veces sólo nos quiere si podemos ser utilizadas por el fin capitalista y publicista del activismo»

En primer término, las creadoras todavía no somos una fuente de garantía para nosotros mismas y el mercado cultural muchas veces sólo nos quiere si podemos ser utilizadas por el fin capitalista y publicista del activismo. Aquí, entrarían grandes empresas teatrales que quieren hacer un purple washing a todo precio y pete a quien pete. Y como comprenderá, esto afecta a la autoestima. Y mucho. También ocurre en el mundo del periodismo: Siempre nos verá acompañadas de algún adjetivo que tutela nuestra descripción curricular. Siempre somos las autoras feministas, activistas, jóvenes, trans, antirracistas… Como si estas palabras nos validaran como artistas, como si con nuestro nombre a secas, nunca fuera suficiente ni fuera suficiente.

Y en segundo término, a las autoras se nos exige ser perfectos en todos los sentidos: Se nos pide un virtuosismo dramatúrgico, (comprensible en nuestro trabajo como dramaturgas), experiencia demostrable (a pesar del evidente techo de cristal ) y al mismo tiempo, debemos ser unas eruditas en género, teoría queer, sexualidad, transversalidad, ecofeminismo, racismo, colonialismo, bodyneutral, capitalismo… ¡Pobre de ti que digas un concepto mal o tengas contradicciones! Porque no eres hombre blanco hetero cis, y eso te convierte automáticamente en activista radical!!!

«A las autoras se nos exige ser perfectos en todos los sentidos»

Así pues, mientras las creadoras intentamos callar todas las bocas, formándonos para ser unas catedráticas intelectuales, perfectas para agradar y deslumbrar, tapar huecos literarios y demostrar a todo el mundo que realmente tenemos una valía como artistas y no somos una cuota … Nuestros colegas masculinos, escriben. Hemos pasado de la necesidad de una cámara propia física de Virginia Woolf a la necesidad de una cámara propia mental para poder realizar nuestro trabajo: escribir.

No estamos tan lejos tampoco de aquellas superwomens de los años 80, las cuales tenían una vida pública laboral activa y al mismo tiempo, seguían encargándose en solitario de los cuidados del hogar. Nos dicen lo mismo: ¡Sí, trabaja! ¡Ocupa los lugares públicos! Pero a cambio parirá con dolor, le haremos creer que nunca será suficiente y nos traerá todo el peso de los cuidados del cambio social!

«¿Cómo se explica que en los últimos treinta años ningún hombre (heterocis) haya escrito un texto innovador sobre la masculinidad?»

A veces me da la impresión de que las creadoras de hoy en día, llevamos todavía enganchada la mística de la feminidad a la espalda. No sé quién nos lo ha enganchado realmente, si nosotros mismas o la sociedad. Pero eso sí, la llevamos metamorfoseada y maquillada en la herramienta de transformación social. Somos los colectivos disidentes de la masculinidad hegemónica blanca quienes llevamos la batuta en la lucha y la revolución social: nosotros prestamos mesa, barremos, mientras los demás leen el diario en espera de la cena del cambio social feminista, queer y antirracista. Y no es que no haya trabajo por hacer y repartir. Siempre hay tareas. Hay muchos aspectos que los hombres heteros blancos podrían hablar, aportar y reflexionar. Pero parece que prefieren mirar hacia otro lado, y en los casos más atrevidos, criticar cómo hemos puesto los cubiertos sobre la mesa. Y ahí, me viene a la cabeza otra cita de Despentes donde dice: ¿Cómo se explica que en los últimos treinta años ningún hombre (hetero cis) haya escrito un texto innovador sobre la masculinidad?

Yo también me lo pregunto.

Si entre todos cogiéramos un poquito de corresponsabilidad (como en el hogar y en la crianza), las creadoras de los «subgéneros» (entiendas la ironía, por favor!) también podríamos ir de vacaciones de vez en cuando del activismo y tomar un mojito con gafas de sol. Y no es que no nos guste el cambio social, que no se me malinterprete, pero así podríamos tener la libertad de escoger si queremos escribir sobre otras cosas. Y ser una perra, como dice Rigoberta Bandini y estirarnos en el sofá, sin más preocupación que por nuestra metáfora. ¡Ay, esos tiempos que sólo escribíamos pensando en la metáfora!

«¿Me programarán los teatros si no hablo de temas feministas?»

Y de repente, cuando estoy tumbada haciendo versos, me viene la culpa y la ansiedad… ¿Estoy haciendo lo suficiente como feminista blanca heterocis? ¿Tengo suficiente empatía con aquellos que no tienen mis privilegios? ¿Me programarán los teatros si no hablo de temas feministas? ¿Se olvidarán de mí si no me autoexploto en marzo y noviembre? ¿Se les pide los mismos conceptos, formación, tesis a mis compañeros hombres o soy yo que me comporto como una sencilla y adorable paranoica? ¿Se les pide la misma? ¿Ellos tienen ese sentimiento de culpa? ¿Me creo yo el síndrome de la impostora o me lo crea la sociedad? ¿No es suficientemente feminista cualquier historia contada desde una visión de mujer cis? ¿No soy suficientemente interesante para mí misma?

Y entonces, me pongo a barrer.

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