El cuerpo que ves no te pertenece. Él sólo reclama la mirada que quiere. Crece escultórico en medio del espacio y establece un diálogo con cada espectador. La actitud significa, las miradas también. La inquietud nace de esa distancia y de la sensación incómoda del voyeur. El cuerpo como Opus.
El cuerpo es una obra infinita, no te la acabas, cuando encima cambia en el espacio y, sobre todo, en el tiempo y por el tiempo. Como el teatro. Esto, Opus lo concentra en un instante. En la obra que La Taimada presenta en el Antic Teatre todo nace de la belleza de un cuerpo escultórico erigido en centro totémico de las miradas. En anteriores obras de la coreógrafa Olga Álvarez y el videoartista Jordi Cabestany, los protagonistas eran cuerpos muy diferentes. No hay sumisión a ningún canon, por tanto, sino su replanteamiento constante: que nos miremos a los ojos para preguntarnos cómo miramos la diferencia.
Por el espacio y la pose, en formato casi de instalación artística, en Opus el cuerpo tiene el papel de agente provocador de la chispa teatral, dramática, escénica. Nos lo encontramos en el sueño pesado de una luz grisácea de acuario, de museo o de tanatorio, y los espectadores llenamos el espacio vacío de Peter Brook con una mirada inquieta, medio culpable, que no sabe si llega con ojos vírgenes, porque se ve arte y parte de una acción artística que, en este sentido, es también acción social. La del cuerpo problematizado. Aquí la inquietud nace de la sensualidad de la belleza más fría como en otras piezas de La Taimada surgía de la vejez o de la fragilidad. La Taimada trabaja con cualquier cuerpo honesto, erigido en comunicación directa de lo que hierve dentro.
La Taimada: La verdad de los cuerpos
El propio nombre de la compañía lo dice todo. Una mirada taimada significa astuta, pero también ingenua e inocente. Así se avecinan a la verdad de los cuerpos entendidos como estación cero de lo que somos. Parafraseando al poeta Jaime Gil de Biedma, podríamos decir que, sea cual sea la poesía que intuimos tras nosotros (alma, conciencia o química pura), sólo podemos leerla en la materialidad física del libro de cada cuerpo concreto. El nombre de la compañía nace del título de un cuadro del artista expresionista austríaco Egon Schiele, discípulo de Gustav Klimt, La taimada (1910), y los catalanes han hecho sus partes de los supuestos expresionistas, cuando aquellos hurgaban en el sexo y los miedos para poner una lupa de aumento sobre lo oscuro. Esto ilumina La Taimada con su perspectiva lateral: cada opus mei, la obra singular que es cada uno.
No es la primera vez que la fisicalidad de la compañía toma ecos teológicos. Llevan a hombros muchas piezas: Crash (2013), El vuitè dia (2014), Lo.li.ta (2016), La mort (2018), Oblea (2019), Filia et Fobia (2021), L’infern (2022) o el anterior, El jardí (2023), con 39 bailarines de capacidades diversas en escena. La esencialización de ahora es extrema. Cada opus es un mundo y al mismo tiempo el mismo mundo: el mundo mismo.
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