Cuando le pregunto a María Folguera qué representa para ella la figura de Carmen Martín Gaite, me confiesa que le admira: «Por su curiosidad insaciable, por ser alguien que nunca abandonó los temas que le apasionaban, porque probó distintos géneros, formatos, estilos… Porque nunca se conformó con una forma cerrada, sino que evolucionó con los años. Además, era muy inquieta: fue también traductora, poeta, narradora, novelista, ensayista, investigadora… Sentía una gran pasión por las artes vivas, y eso es lo que más me inspira de ella».

María Folguera
Como Gaite, María Folguera también es una fuente de curiosidad inagotable. Es escritora, directora de escena, dramaturga y gestora cultural. Ha experimentado con diversos géneros, formatos y estilos: ha escrito novelas, teatro, adaptaciones teatrales, ensayos; ha participado en proyectos de investigación y ha sido directora del Teatro Circo Price de Madrid. Como en el caso de Gaite, también en ella se detecta una pasión profunda por las artes vivas.
El cuarto de atrás sigue de gira por el Estado y, tras agotar entradas en el Teatro Abadía de Madrid, llega del 9 al 27 de julio en el Teatro Goya, en el marco del Grec Festival de Barcelona. La adaptación, firmada por María Folguera, cuenta con la dirección de Rakel Camacho y con Emma Suárez, Alberto Iglesias y Nora Hernández como intérpretes. Hablamos con la creadora sobre el proceso de adaptación de esta novela y sobre la carismática figura de una de las escritoras más importantes de nuestra literatura.
Teatro Barcelona: Adaptar El cuarto de atrás en el teatro parece una tarea abrumadora por la profundidad y complejidad del texto. ¿Por dónde empezaste? ¿Cómo lo enfocaste de entrada?
María Folguera: El cuarto de atrás tiene una teatralidad muy grande. La propia Gaite lo indicaba en sus apuntes, notas y borradores… Habla de personajes teatrales, de decorados, incluso en algún momento de escenario, y es cierto que existe una unidad de tiempo y espacio propia del teatro clásico. También encontramos a un personaje, el hombre de negro, que irrumpe con un conflicto: el de cuestionar a la narradora en sus refugios.
A la hora de adaptar el texto, me he encontrado con mucha fluidez. Para mí ha sido como un trabajo de jardinería: podar las ramas de un árbol. El texto es muy frondoso, lleno de recuerdos, memorias, referencias… y para llevarlo a escena es necesario aligerarlo, quedarse con la esencia de que los actores puedan incarnar. La mayor intervención ha sido con los personajes que interpreta Nora Hernández, las mujeres que aparecen mencionadas a lo largo del libro: la amiga de infancia, la hija, una desconocida que llama por teléfono… Esta galería de personajes femeninos que en la novela percibimos dispersa, casi como una presencia fantasmagórica. Lo demás ha sido buscar la esencia, llegar al tronco del árbol.
¿Cómo se distingue el tronco de esta novela?
Para mí, los grandes temas son la memoria, la intimidad, la evolución de la escritura y la propia evolución personal de la autora, el deseo de huir y el deseo de protegerse —muy presente en toda la obra de Gaite—, las ganas de explorar el mundo y, al mismo tiempo, el miedo a hacerlo, el miedo a perderse. Hay pasajes clave en la novela, como cuando recuerda a la Salamanca de los años 40, con el peso del franquismo, la hipervigilancia social, el control sobre las mujeres jóvenes. También es muy significativo cuando ve por televisión el entierro de Franco y tiene una especie de epifanía: entiende que el dictador había secuestrado el tiempo y que ahora inicia uno nuevo. Esto le despierta las ganas de escribir sobre esa época, pero se siente bloqueada. Y, por supuesto, está el recuerdo de la habitación del fondo. Un espacio en su casa, de pequeña, donde jugaba, leía, imaginaba… Era un refugio frente a una realidad gris. Pero ese espacio fue invadido, poco a poco, por la vida adulta.
«El texto habla del miedo a volver a casa, pero también de cómo perderte te transforma y te ayuda a evolucionar»
¿Qué papel desempeña la imaginación a la hora de entender vivencias o emociones que no hemos acabado de asimilar?
Es fundamental. Lo dice el personaje del hombre de negro: nos ayuda a perdernos ya aparecer en un sitio que no imaginábamos. Hace referencia al cuento de Pulgarcito: gracias a perderse, tiene la oportunidad de crecer y, sobre todo, de no volver al punto de partida, que era un lugar pobre y opresivo. En la novela se habla mucho de ese cuento. Del miedo a volver a casa, pero también de cómo perderte te transforma y te ayuda a evolucionar. Y de la necesidad de perder el miedo al miedo. Este sentimiento se repite mucho, y el hombre de negro intenta hacerle ver que no es necesario tener tanto miedo, que hay que confiar en la propia imaginación.
¿Qué importancia crees que tiene, para una persona, tener a este «hombre vestido de negro» como testigo o interlocutor de la vida interna y del momento histórico que vive?
Martín Gaite escribió el ensayo La búsqueda de interlocutor, una gran aportación al pensamiento. Defiende que escribimos para alguien, que no hay conocimiento sin comunicación y que necesitamos que alguien nos pregunte, nos inquiete, que no se conforme con las respuestas… Detestaba la sociabilidad por convención, las relaciones mantenidas sólo por protocolo. Creía que debían estar vivas y llevarnos a lugares desconocidos o temidos. Con el tiempo, en su obra, amplió esa idea de interlocutor. En El cuarto de atrás todavía está ese peso masculino, un hombre que adoctrina, pero también valida. Más adelante aparece también la figura de la amiga, o incluso la interlocución entre vivos y muertes: personas desaparecidas que siguen siendo referentes.
En El cuarto de atrás se habla a menudo del poder terapéutico de la escritura. ¿Qué te ha aportado personalmente la adaptación de esta obra?
El universo Gaite es tan vasto que todavía lo sigo descubriendo. Lo que más me inspira es su vitalidad. A pesar del paso del tiempo y los grandes dolores de la vida -como la muerte de su hija Marta-, admiro cómo hizo del compromiso con la escritura una forma de responder a estos dolores. Esta capacidad de evolucionar de Martín Gaite es muy inspiradora de cara al futuro.
En las últimas temporadas hemos visto muchas novelas adaptadas al teatro ¿Qué crees que aporta el teatro a estas obras literarias?
Como decía Italo Calvino en Por qué leer los clásicos, un clásico es aquel que nunca acabaremos de leer. Cuando lo vemos transformado, como en una adaptación teatral, encontramos nuevas texturas, nuevos significados. El teatro es, además, un ritual compartido. Esta vigencia se manifiesta en cómo el público conecta con un libro que creía conocer. En el caso de El cuarto de atrás, que lleva tiempo de gira, hemos visto que no es una lectura tan habitual. Pero después de ver la obra, mucha gente siente curiosidad por leerla. Para mí, es una de sus obras maestras, y siempre la recomiendo cuando me preguntan por dónde empezar con Gaite.
«Martín Gaite fue pionera en reivindicar lo popular, lo infantil, lo considerado menor»
¿En qué dirías que fue pionera Carmen Martín Gaite?
Fue una pionera en el Estado en reivindicar lo popular, infantil, lo que a menudo se considera menor desde el prestigio cultural. Al fijarse en lo pequeño: los retahíles, los juegos infantiles, las canciones, los cuentos de hadas… ya partir de ahí construir pensamiento, ensayos, novelas híbridas, coláges, cuadernos de notas… Era una escritora muy abierta a las formas y géneros, y sin prejuicios. Aquí a menudo se da demasiada importancia al prestigio, hay mucho miedo al ridículo, al sentimentalismo. En el mundo cultural, a menudo tenemos miedo de que nos llamen cursis, y ella fue valiente en este sentido. Y, por supuesto, me parece pionera de la autoficción -aunque es un término problemático, porque creo que casi toda la literatura es autoficción. Casi nunca era explícitamente autobiográfica, pero sí transformaba sus vivencias personales en ficción.
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