ÓPERA

'Manon' de Massenet: lo mejor del romanticismo francés

Del 20 de abril al 3 de mayo el Gran Teatre Liceu albergará esta aclamada producción del director de escena Olivier Py

Jordi Vilaró Berdusan

«Massenet cuenta la historia de Manon como un francés, es decir, con las caras empolvadas y minuetos; yo lo hago como un italiano, con una pasión desesperada»
Giacomo Puccini

Esta afirmación de Giacomo Puccini, que también compuso una ópera sobre la desdichada historia de Manon Lescaut y el caballero Des Grieux, es paradigmática en cuanto al espíritu y la idea musical del compositor de Lucca, pero no significa en absoluto que la Manon de Jules Massenet sea una obra encorsetada o sin alma, como se podría interpretar de la afirmación. Al contrario, ésta es una adaptación excelente de la obra literaria original del Abbé Prévost, un insuperable retrato del espíritu y la moral de la sociedad francesa setcentista expresado a través de una música que llega a unas cotas de delicadeza y sutileza totalmente insuperables.

Vamos a palmos, sin embargo. Manon es una obra que se sitúa en el siglo XVIII -pero que emana un indudable espíritu del XIX- y que nos muestra la historia de una mujer alegre y vital que inicialmente estaba destinada a llevar hábitos, pero que huirá de ese destino para librar a un amor furtivo y pasional con el joven caballero Des Grieux. Sin embargo, seducida por el lujo y los placeres mundanos de París, Manon abandona Des Grieux, aunque ambos amantes acabarán reencontrándose y reconciliándose de nuevo. Pero el caballero, sabiendo de la atracción que Manon siente por el dinero y el lujo, tratará de satisfacerla por medio del juego, pero ambos serán arrestados al ser denunciados de hacer trampas en el juego por parte de un pretendiente de ella. Desde Grieux, sin embargo, será liberado gracias a su padre, pero ella será desterrada en Estados Unidos por libertina. Antes de partir hacia América, Manon, enferma y arrepentida, acabará muriendo en brazos de su enamorado. El dúo final entre Des Grieux y Manon –N’est-ce plus ma main– es uno de los momentos más bellos y emotivos de toda la historia de la ópera.

El personaje de Manon -cimal del romanticismo operístico francés- responde a los tópicos de la mujer vital y con personalidad que se deja llevar por la pasión, que transgredirá los códigos morales establecidos, y que, consecuentemente, se acercará a un final trágico, no exento de moralización. Nada nuevo si tenemos presente el hado de otros personajes literarios femeninos ochocentistas como Madame Bovary, Anna Karenina o la propia Marguerite GautierLa dama de las camelias-, recordemos, transformada en Violeta Valéry en La traviata, la célebre ópera de Giuseppe Verdi . De hecho, Violeta Valéry y Manon comparten no pocas características: ambos personajes combinan la frivolidad con la pasión romántica ardiente, son -o acontecen- cortesanas y debido a su libertinaje morirán solas y humilladas -enfermas- mientras desean reencontrarse con los respectivos amores redentores antes de exhalar el último suspiro.

Con unas voces al servicio de la instrumentación, Jules Massenet crea unas melodías sublimes por medio de una rica orquestación: líneas musicales subyacentes a la melodía principal dibujan momentos y estados de ánimos de una delicadeza y una sutileza abrumadoras, tal y como se puede comprobar, por ejemplo, en En fermant les yeux, aria de Des Grieux en la que la idea de un sueño se manifestará con una doble línea melódica inestable que dará a entender la no realidad de ese sueño.

Elegancia y muchos matices, en definitiva, amaran la música de esta ópera: desde la alegre apertura, pasando por la vital y fantástica aria (más gavota posterior) Je marche sur tous les chemins. Obéissons quand leur voix appelle, la delicada y encantadora arieta de Manon, Adieux nostre petite table, o el aria del tercer acto de Des Grieux, Ah fuyez douce images, probablemente la más conocida de toda la ópera y una de las más bellas de todo el repertorio. En definitiva, Manon es una joya operística que con su música dulce, sensual y melancólica hechiza y cautiva con mucha facilidad.

El Liceo nos trae una producción del Grand Théâtre de Ginebra y la Opéra-Comique de París con dirección escénica a cargo del siempre imaginativo Oliver Py y con dirección musical del talentoso Marc Minkowski, quien hace poco nos deleitó musicalmente (no tanto escénicamente) con la Trilogía Daponte de Mozart y aún más recientemente con la versión concierto de la ópera Alcina, de Händel. Vocalmente el repertorio también es interesante: a pesar de la baja del querido Javier Camarena para el rol de Des Grieux, los dos cantantes que van a alternar este papel son más que solventes: el pasional Michael Fabiano y el completísimo (a pesar de su juventud) Pene Pati. Como en Manon, en el primer casto disfrutaremos de la deslumbrante Lisette Oropesa, una de las mejores sopranos del momento, y de Amina Edris en el segundo repertorio, una soprano joven y de gran belleza vocal también.

Manon quizá no sea el mejor título para iniciarse en el mundo de la ópera, sin embargo la bella y sutil música de Massenet, la puesta en escena previsiblemente interesante de Py y la calidad de las voces (tanto del primero como del segundo repertorio ) hacen de este montaje -que a priori partía como a underdog ante otros títulos más deslumbrantes como Il trittico, Macbeth o Parsifal– uno de los más interesantes de la temporada liceísta.

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