En el Teatro Español de Madrid existen unas salas desconocidas por la gran mayoría del público. Podrás vislumbrarlas desde la Plaza Santa Ana, en el primer piso. Detrás de esos ventanales que ya apuntan techos altos, se encuentran unos salones amarmolados, propios de una época señorial. Allí nos encontramos con Lolita, durante la presentación de Poncia antes de su estreno en el Grec Festival de Barcelona. Es una nueva versión del mítico personaje de García Lorca, marcada por las 3 “eles” como dice ella: Lorca, Luque (escritor y director de este montaje) y por supuesto, Lolita Flores.
Con solo 17 años debutas como cantante, a los 19 años como actriz de cine y llevas ya 18 años de experiencia en las tablas del teatro. ¿Qué te inspiró a hacer la transición de cantante a actriz?
Bueno, yo creo que los cantantes también somos un poco actores, porque cuando hablas en una canción tienes que decir algo, son versos. Para que te puedan llegar y traspasar a la gente, lógicamente tienes que ser un poco actriz. Me llegó, simplemente… las cosas llegan. Te pasa el tren y yo soy de las que me subo. Igual cuando me llego Rencor me tiré a la piscina. Si hay agua, se nada, y si no hay agua, pues te chocas. Cuando me ofrecen algo que me gusta, lo hago. No pienso “estoy haciendo teatro, ahora voy a dejar de hacer televisión…no”, yo hago lo que me gusta hacer y lo que me ofrecen, siempre que tenga la calidad.
Vamos a hacer un viaje al pasado hasta tu estreno como Conchita en la obra Ana y el trópico. En aquel momento, resaltaste «lo difícil y cansado que es el teatro, sobre todo para alguien que viene de un mundo más libertino como la música». ¿Cómo fue esa primera experiencia?
Los músicos somos más bandarras. El teatro tiene una disciplina, sobre todo de horarios. El cantar eres tú, estás cantando, y aunque interpretes lo que estás cantando, no dejas de ser tú, Lolita Flores o quien sea. El teatro es un personaje, y es un texto que te tienes que aprender, y no te puedes salir de ahí. Es una línea y además la línea es muy delgada. No puedes traspasar esa línea. Para eso hay un director, cuando tú haces un concierto, no tienes un director de escena. Tú te mueves, hay un técnico de luces, un técnico de sonido, están los músicos, ensayas, pero eres tú y haces lo que te da la gana… en una obra de teatro, no.
«Cada personaje tiene mi cuerpo, mis ojos, mis manos, pero tienen almas distintas»
Cinco años después te vemos en Don Juan Tenorio haciendo de Brígida, sirvienta de Doña Inés. Ahí todavía no sabías que décadas más tarde harías de otra criada, en este caso de Poncia. ¿Veremos algún resquicio de esa Brígida en esta Poncia?
No. Brígida es Brígida, Poncia es Poncia. Conchita era Conchita. Cada personaje tiene mi cuerpo, mis ojos, mis manos, pero tienen almas diferentes, son seres distintos.
¿Te sientes más cómoda con historias actuales o con dramas cargados de emoción?
Todo tiene dificultad porque todo tiene su intríngulis y tienes que ponerle el alma, te tienes que disfrazar de esa persona. Cada persona es única y cada personaje también. Cada personaje tiene su manera de pensar, de moverse, de estar por un escenario, o en una serie. Cada personaje es diferente.
En comedia, hiciste Sofocos con vestuario de Ágatha Ruiz de la Prada. ¿Te condiciona el vestuario tu interpretación?
El vestuario ayuda siempre, porque es la parte exterior de ese personaje. Te ayuda a que saques la parte interior.
Defender un monólogo siempre es complicado, pero cuando viene de la mano de una figura literaria tan importante como Mercé Rodoreda para Plaça del Diamant imagino que aún más. Sin embargo, de tu actuación se reseñó: “una actuación pletórica, de fuerza, emoción y cercanía en la que la poética del dolor brilla con luz propia”. ¿Cómo fue ponerte en los zapatos de la protagonista, esa ‘Colometa’?
Bueno, esperemos que con Poncia también… Ya han dicho cosas bonitas. Ya han salido dos o tres críticas y han dicho cosas muy bonitas. Me alegro muchísimo porque ha sido un trabajo muy exhausto… de ensayar todos los días, hacer dos pases, incluso en los ensayos. Y en un monólogo hacer dos pases es muy duro. Pero merece la pena, ha merecido la pena. Es una belleza, no solamente el texto, sino la estética, las luces, la puesta en escena. Yo creo que os va a gustar.
«El vestuario ayuda siempre, porque es la parte exterior de ese personaje. Te ayuda a que saques la parte interior»
Tu actual alter-ego, Poncia, es un personaje que Miguel Narros propuso hacer a tu madre pero que nunca llevó a cabo. ¿Cómo te sientes al coger el relevo?
De relevo nada. Ella está conmigo, dentro de mí, porque para eso me ha parido. Los padres, la familia no se va nunca. Yo soy una continuación de mi padre, de mi madre, de mi hermano, de mi hermana, y mis hijos son una continuación de todos nosotros. “Hijos, que heredan una y otra vez sin saberlo”. En ese caso de Poncia es el tormento de los padres, pero aquí es el amor enorme y el arte de los padres.
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