ÀLEX RIGOLA

‘Lluna plena’, un cuento para hacer las paces

La adaptación de éxito impulsada por Àlex Rigola vuelve al Heartbreak Hotel del 7 de noviembre al 11 de diciembre

Escena desnuda, de proximidad, donde los actores y actrices asumen todo el protagonismo. Hace años que Àlex Rigola trabaja un tipo de teatro muy personal: primero situando compañía y público dentro de una gran caja de madera y, más adelante, en su propia sala en el barrio de Sants. En estos espacios ha montado obras de Ibsen y Chéjov, pero también de Pasolini o Mamet, estilos muy distintos que bajo su mirada adquieren un tono común. La suya es una escena sutil y profundamente emotiva en la que la palabra cotidiana esconde tristeza y melancolía. El director nos devuelve a la esencia cultural primitiva, la de la tribu que se reúne alrededor del fuego para escuchar una historia.

Lluna plena tiene forma de cuento de aroma oriental, una adaptación de la novela de la canadiense de origen japonés Aki Shimazaki. La vejez no es un tema demasiado habitual en nuestros escenarios, pese a ser uno de los principales públicos de nuestras plateas. En la obra conocemos a una pareja mayor que convive con el Alzheimer, un drama que, aun así, se presenta desde el optimismo. La enfermedad se contempla con dolor, sí, pero también —frente a un mundo de tabúes, rigidez y desconfianza— como una liberación que permite huir del estigma y reescribir parte de la propia historia. Una oportunidad para hacer las paces con los fantasmas del pasado.

El director evita la literalidad y invita al espectador a imaginar todo aquello que no ve ni oye. Apenas hay espacio sonoro y la música aparece de forma puntual. La escenografía, firmada por Patricia Albizu, se resume en un único cerezo, símbolo imponente que nos transporta de inmediato a una sociedad tradicional donde las habitaciones se separan con biombos y los matrimonios arrancan con un encuentro organizado por los padres. La estética nipona envuelve el texto, aunque el peso real de la pieza recae en los intérpretes, pese a que ninguno de ellos tenga vínculo con ese país. Una vez más, los actores blancos pueden encarnar personajes de cualquier procedencia, una posibilidad que rara vez se concede a intérpretes racializados.

Rigola opta por un reparto de confianza, cuatro intérpretes que se acomodan a la cadencia delicada de la obra como si fuesen cuatro instrumentos afinados para tocar una melodía conjunta. Miranda Gas, con su voz melosa, actúa como maestra de ceremonias, invitándonos a dejar fuera el ruido del mundo y sumergirnos en una atmósfera de silencio e imaginación. Lluïsa Castell interpreta a Fujiko, la mujer enferma, y destaca con pocas palabras pero con una mirada y una sonrisa afiladas, convencida dentro de su fantasía. Por su parte, Andreu Benito encarna al marido y transmite preocupación desde la serenidad, el dolor invisible de quien ama a alguien que ya no es quien era. Completa el reparto Pep Cruz, que se incorpora al montaje sustituyendo a Pep Munné, con un personaje translúcido que bien podría ser un sueño de los protagonistas.

Al terminar el espectáculo despertamos en paz, agradecidos de haber acompañado a los personajes en su verdad más profunda. Desde la sencillez, el cuento resulta emotivo y esperanzador. La vida sigue y nunca es tarde para perdonar(se).

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Escrito por

Comunicadora y productora cultural. Periodista. Colabora con portales como Recomana o Novaveu. También colabora con la Associació d’Actors i Directors Professionals de Catalunya (AADPC) y con la revista Entreacte.

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