¿Cómo sería un mundo sin risas? No, no, no sigas leyendo. Párate a pensarlo. ¿Cuándo fue la última vez que te reíste? Esa sensación inaguantable que te recorre el cuerpo y hace que te retuerzas, a veces que llores. Tu cara se expande y la sangre sube a la cabeza para recordarte que esa preocupación no es tan importante como pensabas. Existen las abreviaciones de risas, las sonrisas, más comunes pero menos gratificantes. La persona con quien nos encontramos hoy, lo tiene claro: ante todo mucha risa. Lleva desde el 88 con el noble oficio de hacer reír a la gente, y lo lleva por bandera. Según llega a nuestra cita, es lo primero que nos regala. Siéntate y disfruta. José Corbacho ens parla de Ante todo mucha calma, un monòleg que recupera el Teatre Borràs.
Teatre Barcelona: Te llamas José Corbacho. Ni Gorbachov, ni Gazpacho, ni Carpaccio… ¿De cuántas formas te han llamado?
José Corbacho: Me han dicho muchas cosas y de esto hablo en el monólogo, porque al final lo hago para que se ría el público y se lo pase muy bien. Y después también para reírme de mí mismo, que creo que es muy interesante. Me río muchas veces de esas cosas que me pasan. A la gente le suena mi cara, supongo que me han visto alguna vez en algún programa de televisión, y por la calle me dicen: “hombre, tú eres Gorbachov… o tú eres Carpaccio…o tú eres Gazpacho”. O simplemente no saben quién soy y creen que me reconocen cuando no es así, esto me ocurrirá antes de ayer. Estuve unos días en México y me vino un señor y me pidió una foto y le dije: «¡claro que sí!». Cogí a su mujer por el hombro y me dijo: “¿pero qué hace? Y yo: «perdió, perdió». Claro, eran mejicanos, no tenían ni idea de quién era yo. Y yo me cree George Clooney, ¿sabes? (ríe) Al final, acabes riendo de cosas que te pasen al mundo normal. Me río de la familia que me ha tocado, de los amigos que he escogido, del trabajo que tengo y de un montón de cosas con las que la gente se sentirá identificada.
Te estrenaste en teatro con la Cubana en el 88 ¿llevabas la comedia ya dentro desde pequeño?
Empecé a hacer teatro muy pequeño. De hecho, en La Cubana fue cuando me empezaron a pagar por eso. En casa fue una alegría porque no daban un duro, no había ninguna tradición teatral ni farandulera en mi familia. En la escuela había unos profesores que hacían teatro y me gustó mucho ese mundo. Después con unos amigos hicimos un grupo de teatro, casi siempre en clave de comedia y vi que era muy placentero hacer reír al público. En La Cubana, que básicamente es una compañía con mucho humor basado en la realidad, probablemente es donde acabé formándome más en el tipo de teatro que me gusta hacer. Es un teatro muy vivo, a mí me gusta que el público participe, es algo que aprendí de La Cubana. Pero, sobre todo, aprendí a tomarme la vida con algo de humor.
En comedia ahora hay este boom del crowd work (modelo que se basa en la interacción con el público). Internacionalmente, Play en inglés es actuar y jugar, en francés jouer, en alemán spielen, ¿nos falta jugar más en teatro aquí?
Sí, estoy muy obsesionado con jugar en el teatro, aunque en mi espectáculo no interacciono tanto con el público como con otros compañeros y compañeras que hay. Si algo aprendí con La Cubana, es que si alguien no quiere colaborar no debe forzarse porque entonces ya no estás jugando, en la línea es delgada. Por ejemplo, el otro día viendo el nuevo espectáculo de Berto Romero, vi que en un momento hace de Vedette y reíamos mucho porque en el mundo del cabaret, de La Cubana, siempre había existido esa interacción con el público. Ahora parece ser como la gran novedad, pero al final esto es algo que siempre se ha hecho. Yo cada vez estoy tendiendo más a hacer participar a la gente desde el escenario, a preguntarle cosas pero con respeto, porque también hay gente que quiere ir simplemente como espectador y le doy esa opción. Pero que hay que jugar, por supuesto, y que cada uno juegue además como quiera.
Sí, y hay que saber respirar al público, ¿no?
Para mí esto es fundamental. También es cierto que cuando un monólogo te lo permite. No estamos haciendo algo muy serio, que entiendo también a la gente que está en esta tesitura y se queja de un teléfono móvil o de alguna reacción del público. Para mí, un teléfono móvil que suena es un momento divertido en el que puedes bajar a hablar con lo que está llamando, estas cosas me gusta incorporarlas porque me gusta escuchar al público. De hecho yo, tengo una base, pero mi monólogo es cambiante ya veces de repente lanzo nuevos chistes, si funcionan perfecto, pero sino a la siguiente función ya no lo hago o cambio por otros. Los públicos son muy distintos y no sólo geográficamente, sino en cuestión de horarios. El público de un sábado por la tarde nada tiene que ver al público un sábado por la noche, al público de un domingo o al público de una función de un miércoles. A mí me gusta adaptarme a este público, ver si se ríen más, apretar por ahí, si se ríen menos, o intentar seducirlos de otra manera. Yo creo que esto es bonito porque acabas jugando con la gente para que se sienta partícipe de algo que además está ocurriendo en ese momento y, si algo tiene el teatro, es que es único en ese momento que pasa.
«Pepe Rubianes es un referente para todo el mundo que sale solo a un escenario»
¿Y cómo te autodiriges los monólogos? Sé que a veces has probado fragmentos en conversaciones para ver si funcionan.
Totalmente. Esto es algo que hacía mucho Pepe Rubianes, creo que es un referente para todo el mundo que sale solo a un escenario. De repente estabas en conversaciones con él y entraba en un momento a explicar una historia y tú ya estabas pensando: está probando el monólogo, claramente. Tú te ibas descojonando de un viaje que había hecho al Serengueti y al cabo de un año veías que había armado un monólogo con un montón de cosas que él tenía escritas pero que iba testeando. A mí eso me encanta también, pero al final también yo creo que nos dirige el público. Por ejemplo, con otra persona que está haciendo un espectáculo unipersonal: Carles Sans, de Tricicle, que después de no hablar durante 40 años, se lanzó a hablar. Un día me vino a ver al teatro porque nos conocemos y me dijo que le gustaría que le dirigiera. A veces, puedes pedir una mirada externa, un director, pero esa mirada externa yo prefiero confrontarla cada día con el público.
Hablemos del aplauso intermitente durante los espectáculos. Zahera, en su monólogo, Chungo, empieza diciendo: «no quiero que aplaudáis». ¿A ti, el aplauso intermitente, te gusta o te corta el rollo?
Es que no puede aplaudir tampoco, o sea, es que no les doy tiempo. Es verdad que a veces me pierde el ritmo. Me emparanoiaba que, el mío, fuera un espectáculo de esos que a veces decae un poco. Estaba muy empeñado en que tuviera ritmo, que la gente se riera y si se ríen tres veces por minuto mejor que una. Yo odio hacer silencios para aplaudir, que también es algo con lo que a veces jugamos. Tampoco es que vaya a 200 por hora, pero me gusta que el espectáculo tenga ritmo desde que empieza hasta que termina.
Has trabajado como director y actor en diferentes formatos ¿Qué te aporta el formato monólogo?
Yo empecé tarde en esto del monólogo. Hace años se montó un espectáculo que además marcó un poco durante muchos años la directriz de los monólogos en este país, El Club de la Comedia. De ese programa salió un espectáculo que era Cinco hombres.com, en aquel momento estábamos Manel Fuentes, Santi Rodríguez, Carles Flavià, Santi Millán y yo. Después de ese monólogo, con El Terrat hicimos también un espectáculo con Buenafuente, con Berto, Ana Morgade… Finalmente llegó el momento de hacer solo un monólogo de una hora y pico. Es una cosa que a mí siempre me había gustado, sobre todo por la libertad que te da. Al final, te da responsabilidad porque sales al escenario y si no funciona, no busques responsables porque solo estás tú. Pero por otro lado, la libertad de hacer lo que quieras, entrar en complicidad con el público y a partir de ahí crear algo que me permite sacar una parte de mí. El monólogo me ofrece libertad y el privilegio de seguir haciendo comedia, de mirar la vida a través del prisma de la comedia.
¿Y tú que has interpretado a tantos personajes crees que también te ha ayudado a trabajar la empatía a nivel personal?
Yo la empatía creo que la llevo bastante bien desde pequeño, por una explicación muy simple: mi historial médico. Desde pequeño empecé a estar ingresado en unidad de pediatría renal y años después acabó en un trasplante. Cuando empecé a crecer, con 16 o 17 años, los médicos dijeron que me quedara con los niños porque si no me iba a deprimir. Entonces yo de repente era el único mayor en una planta llena de niños enfermos. Si no eres empático con los niños enfermos es que tienes un problema. Los padres se tenían que ir a dormir y me dejaban a mí con los niños. A mí me encantaba hacer teatro y explicar cuentos, a los niños y las niñas les encantaba. El mundo de los hospitales al final tiene que ser muy empático. Yo por eso también valoro mucho a toda la gente que trabaja en la Sanidad, porque también he pasado mucho tiempo en hospitales y hablando con ellos te das cuenta que lo de la empatía es obligatorio. En el sector del espectáculo, o de la comedia, yo creo que también tienes que ser empático. La vida es jodida y te pasan cosas chungas, como a todo el mundo, pero de repente, como actor, te tienes que subir a un escenario para hacer reír al público o rodar una secuencia de comedia, o salir en un programa de televisión y ponerte a cantar y a lo mejor tu vida personal no te está acompañando. Los humoristas a veces nos ponemos una máscara que hemos elegido nosotros, pero a veces también te puede pasar factura. Yo creo que esa empatía, que necesitas sentir por el público, al final también te vuelve. La empatía, aunque sea en pequeños círculos, hace que el mundo vaya mejor.
Sí, la flexibilidad es clave, sobre todo ante públicos tan heterogéneos.
Sí, sobretodo en una sala de teatro. Cada persona es un mundo y no hay nada más subjetivo que el humor y hay que aceptarlo. El drama yo creo que unifica, es mucho más fácil ver a la gente llorar en un cine o en un teatro, que unificarlos en la comedia. Incluso en el cine, ves a gente que se está riendo y otra que no se ríe tanto, ves gente que no entiende porque hay personas que se ríen de algo. Además es variable, depende mucho del estado de ánimo y además depende también de cada momento. Una cosa que siempre está de moda es comparar lo que se hacía antes y lo que se hace ahora. Al final avanzamos como sociedad, como personas, aunque también hay personas que avanzan más y otras que avanzan menos. También estamos viendo estos días un crisol de gente que avanza y gente que no avanza, que retrocede. Es más, lo que me hacía gracia ayer, a lo mejor mañana no me lo hace. Entonces tienes que decirte: bueno, voy a explicar una historia que creo que puede ser divertida. Y a mí me sigue sorprendiendo que de repente, 100, 200, 300 o 800 personas se rían al unísono. Qué bonito ese momento.
«Cada risa es como la huella dactilar, cada uno tiene la suya»
¿Alguna vez una risa escandalosa te ha hecho parar el espectáculo?
Sí, hay muchas, pero normalmente ya no lo paro porque me para el ritmo. La risa es como la huella dactilar, cada uno tiene la suya. Hay algunas muy peculiares. Cuando es algo muy evidente me encanta incorporarlo. Las risas que más me gustan son las risas a destiempo que siempre hay en los espectáculos. Se produce ese fenómeno maravilloso que en un momento en que tú pensabas que nadie se iba a reír, hay 300 personas calladas y una persona se ríe. Y entonces me gusta averiguar de qué se está riendo, de qué momento del espectáculo. Pero claro, si tuviéramos que parar por cada risa escandalosa no haríamos ni una función.
¿Tú tienes algún límite en el humor?
Yo creo que el público te lo marca. Por no hablar del del Código Penal, que yo creo que ahí es donde están los límites a los que no deberíamos acudir tantas veces porque al final se ha demostrado que casi todas las denuncias se acaban archivando por suerte. Yo siempre he pensado y defendido que hay que reírse de todo porque es una cuestión terapéutica en el ser humano.
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