ENTREVISTA

Jordi Bosch: "Me gustaría dirigir para poner en práctica todo lo que he aprendido"

José Carlos Sorribes

Basta con echar un vistazo a la documentada página web de Jordi Bosch para apreciar la dimensión del actor de Mataró, uno de los grandes del teatro catalán. A sus 68 años y después de cuatro décadas de profesión, se dosifica un poco más, dice, pero vuelve al primer plano con Mort d’un comediant. La pieza de Guillem Clua hace temporada, después de estrenarse en el festival Temporada Alta, en el Teatre Romea bajo la dirección de Josep Maria Mestres y con Mercè Pons y Francesc Marginet completando el reparto.

Jordi Bosch

Teatro Barcelona: Hablamos un poco, sin hacer spoilers, de Mort d’un comediant.

Jordi Bosch: Hay que tener cuidado, porque el público debe descubrir cosas, como siempre. Es un homenaje al teatro a partir de la relación de un actor ya retirado con su cuidador. Se teje una amistad a partir de la historia del teatro.

También hay espacio en obra para esta tu vis cómica tan amplia?

Podemos decir que es una tragicomedia, pero es un tipo de espacio de vida que tiene momentos de todo, con situaciones para sonreír, otras de locura y también más dramáticas. Y Guillem Clua sabe tocar estas situaciones. Sabe llegar muy bien a las emociones y sin ningún pudor.

‘Mort d’un comediant’

Ya había trabajado con Josep Maria Mestres como director. ¿Y con Mercè Pons?

Con Josep Maria hace muchos años que nos acompañamos, pero con Mercè no habíamos coincidido. Con Francesc hice Tots eren fills meus, mi obra anterior.

Que tuvo, por cierto, un gran éxito en el Lliure.

Sí, la recuerdo como un gran montaje, una obra grande, de esas que mantienen la vigencia con el paso del tiempo. Después me tomé una temporadita más tranquila, ya tengo una edad y quería quitármelo con calma. Además, venía de hacer Golfus de Roma, que fue también una movida importante para mí.

«Mi ilusión era ser médico, pero acabó ganando el teatro»

Pongamos ahora la mirada atrás, bastante atrás, en los inicios de un joven de Mataró que llegó a empezar la carrera de Medicina.

Todo empezó cuando tenía 14 años en la Sala Cabanyes de Mataró con Els Pastorets. Mi ilusión era ser médico, pero acabó ganando el teatro y me enganché.

De Mataró también son actores como Joan Pera y Boris Ruiz. ¿Los conocía?

Con Joan Pera no tenía relación, porque es mayor, pero con Boris, sí. Somos amigos y he podido hacer teatro en Barcelona gracias a él.

¿A qué se refiere?

Cuando terminé la mili, él ya trabajaba en Barcelona y habló muy bien de mí, decía que tenía un amigo muy bueno. Y así puse un pie en el teatro profesional.

Jordi Bosch y Anna Lizaran, en el Lliure de Gràcia © Josep Ros Ribas. Teatre Lliure (el Arxiu Lliure del Teatre)

El salto definitivo llegó con la entrada en el Lliure, donde, de hecho, se formó como actor.

¡Por supuesto! Entré en 1983, cuando tenía 25 años. ¡Imagínate qué emoción! Fue espectacular. Después tuve la suerte de quedarme muchos años con grandes maestros del teatro. Aún me siento como en casa.

¿Con qué director de esa época tuvo más conexión? ¿Lluís Pasqual?

Sí, con Lluís he tenido la suerte de trabajar en muchos montajes y ha sido un director del que he aprendido muchísimo.

Actor versátil, ha brillado en drama, comedia e incluso musicales, y destacado por su gran vis cómica…

Soy de quienes piensan que siempre hay espacio para la ironía, para el sentido del humor. Siempre me ha gustado hacer bromas en cualquier situación. La ironía puede convertirse en vis cómica y siempre me han gustado los actores que la practican.

Jordi Bosch en el musical Spamalot (2019)

¿Ha tenido referentes en esta faceta o es algo natural?

Soy un enamorado del Tricicle, por ejemplo, de cómo eran capaces de hacer reír a la gente sin abrir la boca. También me gustaban mucho los Monty Python y, para mí, Spamalot fue un regalo.

Pese al reto que suponía hacer un musical…

Siempre me ha gustado cantar y, en el caso de mi personaje, bastaba con que afinara. Ya era suficiente, aunque es cierto que nunca podré hacer Los miserables. Con Golfus de Roma ocurrió un poco lo mismo.

¿Hay algún papel o personaje que le queda pendiente? ¿Alguno de Shakespeare, como el rey Lear, por ejemplo?

Shakespeare siempre nos hace tilín a los actores. Pero todavía me queda por poder hacer el rey Lear.

¿A pesar de su experiencia?

Tienes que tener 75 años o más. Cuanto mayor, mejor. Creo que hay que ver a un actor al final de la vida, sobre todo en el último acto. El patetismo que toma cuando Lear se vuelve loco te hace un nudo en el corazón. Tienes que ver a una persona de cierta edad para que te llegue. Si hacemos memoria, Laurence Olivier lo hizo también al término de su carrera, como Ian McKellen. O Núria Espert con Lluís Pasqual.

«Me gusta mucho la poesía y también me gustaría dirigir un texto teatral»

Lo que nunca ha hecho es dirigir, al margen del festival de poesía de Sant Cugat. ¿No se lo ha planteado?

Cierto. Me gusta mucho la poesía y también me gustaría dirigir un texto teatral para ver este trabajo tan poliédrico desde distintos puntos de vista.

Seguro que la dirección de actores no le costaría.

Exacto. Me gustaría poner en práctica todo lo que he aprendido, esa parte más práctica del escenario. Como siempre, se trata de encontrar un proyecto adecuado para realizar.

Y ahora vuelve al Romea, una de sus casas teatrales. ¿Se percibe algo especial en un escenario tan ilustre?

Hay mucha energía actoral en el Romea. En los teatros con tanta historia, se percibe en algún momento, notas de que hay algo cálido.

Escrito por

Periodista con larga trayectoria en El Periódico de Catalunya

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