Abren el paso por la rampa del Castillo de Montjuïc al primer grupo de espectadores, móvil en mano, y las cabezas curiosos llenan poco a poco el pasillo.
En el aire se palpan las expectativas, altísimas, y casi todo el mundo trae los deberes hechos ya de casa (app descargada y batería al 100%). Los primeros visitantes colonizan el emplazamiento, histórico y emblemático, que ha quedado transformado por la escenografía y la tecnología de La Fura. Con pantallas que no tienen nada que envidiar a las de Times Square, dan al público las indicaciones a seguir para configurar su smartphone: MURS ha disfrazado los muros del castillo en una supuesta smartcity del futuro, y tal como ocurriría en una ciudad de las que llaman «inteligentes», hay que estar conectado para poder vivir la experiencia.
Unas proyecciones y un maestro de ceremonias explican que el primer punto donde estamos parados es la zona de Confort, la primera que visitamos de las cuatro en las que se divide la instalación. Se nos ofrece seguridad, distracciones y las soluciones a los problemas que podamos tener (de momento son los logísticos, pero en el mundo ficticio que configuran nos prometen comodidad completa).
A medida que entran los cuatro grupos de espectadores, el circuito nos lleva a conocer los cuatro espacios, todos destinados a seducirnos presentándonos sucesivamente sus beneficios, con caras sonrientes e imágenes estimulantes en las grandes pantallas: pasada la zona de Confort para la que hemos entrado, encontramos en Eco, iluminada del color de los árboles y vestida con atrezzo selvático, donde podemos ser tan verdes como queramos (sin renunciar a tecnología y progreso, y pegados a nuestro móvil, claro). El Dorado, un espacio iluminado con un rojo enérgico y agresivo, nos ofrece éxito, juego y lujuria bajo la promesa de convertirnos en «ganadores». Y, finalmente, la zona Wellness, de bienestar físico y llena de un azul pacífico, pero también de la energía y la motivación que necesitamos para tener la salud y el cuerpo que, como nos dicen, queremos.
Terminado el circuito de presentaciones, y adentrados ya en las cuatro atmósferas, ha llegado el momento de pasar a la acción, y algunos espectadores lo hacen con más efusividad que otros, participando en las actividades que se proponen. Y poco a poco empezamos a encontrar las primeras contradicciones de este mundo: en la zona Wellness, por ejemplo, nos indican amablemente que debemos dividirnos entre cuerpos perfectos y cuerpos imperfectos, invitándonos a formar parte de la segunda categoría a los de las gafas de pasta, las ortodoncias, los asmáticos, los que tienen sobrepeso y los que no tengan abdominales. La comodidad con el propio cuerpo queda lejos, igual de lejos que están algunos de «ganar» en El Dorado, donde la actividad bursátil se convierte en un juego lúdico de azar que recuerda un concurso de televisión, mientras en la zona verde se plantan árboles mediante tecnología y todo el mundo hace cola para hacerse una fotografía en el photocall de la zona de confort, equipada con un tetris gigante para que nadie se aburra.
Un caos medianamente ordenado, con las múltiples instrucciones lúdicas (y no tan lúdicas) que se nos dan por todos los canales, recrea una realidad aumentada del mundo cada vez más hiperconectado, hiperactivo y hiperestimulat en el que vivimos. Llegados a un punto, la calma se rompe y el caos se desata. Diversas circunstancias (que no queremos explicar y que tendréis que vivir para conocer) interrumpen los juegos donde el grueso del público se encontraba absorto y aparecen las primeras caras de susto. Algunos espectadores toman partido, otros (muchos) observan; algunos se arriesgan y otros lo fotografían con el móvil. Algunos obedecen y algunos no, pero la acumulación de gente incrementa la sensación de caos y quita (¡lástima!) la vulnerabilidad que transmiten la fuerza y la violencia de las actuaciones de los fureros.
Con M.U.R.S. La Fura lleva al extremo los mensajes imperativos que recibimos diariamente de los medios de comunicación, y si bien esta aplicación la instalamos siendo conscientes de que la Fura nos haría jugar, a pesar de no saber cómo ni cuanto, hace preguntarnos si somos conscientes de lo que pueden implicar las otras aplicaciones que, felizmente, nos descargamos. La Fura, sin embargo, nos ha tendido una trampa: la misma hiperconexión de borrego que critica se convierte en condición sine qua non para disfrutar de la experiencia completa del espectáculo, y aunque en cierto modo el medio es aquí el mensaje, está limitando el público al que se dirige y excluyendo a los que, en realidad, comparten su rechazo.
Estáis a tiempo hasta el sábado 5 de junio de vivirlo por vosotros mismos: ¡os animamos a que vayáis y nos lo expliquéis!
Texto y fotografias: Neus Riba