'Flamingos', Albert Quesada en busca del duende

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Per Clàudia Brufau / @claudiabrubo

¿Se puede explorar el flamenco más allá de su propia música? Flamingos es la segunda incursión en el flamenco de Albert Quesada. Junto con el bailarín húngaro Zoltán Vakulya, Quesada creó un dúo en el que bailaban grabaciones de música flamenca. UnDosTresUnDos (2015), que no era un espectáculo de flamenco, intentaba deconstruir la intensidad rítmica y anímica del toco y del canto a través de los cuerpos de Vakulya y de Quesada –formados sobre todo en danza contemporánea y bien poco expuestos al baile. En Flamingos (2019), coreografía estrenada el pasado mes de marzo, el coreógrafo catalán todavía se aleja más de la materia prima para descifrar la fórmula alquímica que hace cobrar vida a este mundo. Además, vuelve a utilizar los cuerpos y las personalidades de bailarines de danza contemporánea, pero el elenco ha aumentado considerablemente. Blanca Tolsá, Eliott Marmouset, Mario G. Sáez, Miquel Fiol, Katie Vickers, Laila Tafur, Víctor Pérez Armero y Viktoria Andersson se entregan en cuerpo y alma musical al escenario para compartir con el espectador cuál es su flamenco personal –la música que los hace vibrar y los abduce a bailar. El punto de partida de Flamingos es una jam session para despertar todo tipo de duendes a través de un banquete musical de referentes populares.

Las exploraciones musicales del coreógrafo

Después de estudiar filosofía e ingeniería multimedia en Barcelona, Albert se formó en dos de las escuelas más reconocidas de danza contemporánea de Europa: la MDT de Ámsterdam y P.A.R.T.S. de Bruselas –escuela fundada en los 90 por Anne Teresa der Keersmaeker, la papisa de la danza contemporánea europea. Actualmente está establecido en Bruselas con un pie a Barcelona y otro en los Estados Unidos, desde donde crea y colabora en producciones de danza contemporánea y también codirige proyectos educativos. Desde sus inicios como creador escénico, Quesada ha explorado la relación entre partituras musicales y sus traducciones coreográficas, proponiendo a la espectador maneras muy personales y menos directas para escuchar las obras propuestas. De este interés acérrimo, estrena títulos como Solos Bach & Gould (2010), pasando por Trilogy (2011), creada con Vera Tussing, o bien Wagner & Ligeti (2014). En paralelo Quesada también ha colaborado como intérprete con ZOO, compañía dirigida por el coreógrafo suizo Thomas Hauert, que indaga sobre todo en el movimiento que se destila a través de las dinámicas de grupo, una línea artística que ha influenciado muchísimo el trabajo del propio Quesada. Descifrar como percibimos la música –como lo escuchamos y la traducimos en movimiento– y sacar el intríngulis de las dinámicas de grupo son dos motivaciones principales de Albert Quesada. Flamingos es todo un paso adelante para el coreógrafo y también es la primera creación de Cèl·lula del Mercat de les Flors, una estructura flexible para producir espectáculos de medio o gran formato.

Un laboratorio para encontrar duendes

El arrebato se apodera más que nunca en una coreografía de Quesada. De hecho, en Flamingos Quesada se propone fusionar diferentes imaginarios como si Carmen Amaya hiciera una aparición estelar en una película del transgresor John Waters. El vestuario ecléctico y contemporáneo que firman Jorge Dutor y Txell Janot es un cómplice a la altura de la comedia de situaciones extremas que tejen Albert Pérez Hidalgo y en Pau Masaló en la dramaturgia. El uso de la voz toma un gran protagonismo en este espectáculo, algunos de los bailarines como el mallorquín Miquel Fiol, la valenciana Blanca Tolsá o la americana Katie Vickers sorprenden con su dominio vocal. De hecho, voz y cuerpo se convierten en un solo instrumento, de hecho es el elemento de la creación que conecta más con el flamenco como arte. El espectáculo desglosa la cara íntima y a la vez más social de la música con cada uno de los ocho intérpretes que a lo largo de la creación aportaron sus referentes y su conexión personal con estos. A través de los ocho intérpretes, Flamingos propone un laboratorio delirante para buscar las conexiones que nos hacen sentir arraigados a una música en concreto y nuestra conexión corporal con esta. Una invitación en una juerga de laboratorio para los más sensatos y los más alocados para encontrar su propio duende, aunque esté muy escondido.

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