Feminismo fue la palabra del 2017 según el diccionario estadounidense Merriam-Webster. En nuestro país, por el IEC, el neologismo del año fue cacerolada ahora bien, seguido de cerca por feminicidio y micromaclisme. Y la RAE, además de incorporar nuevas palabras, tuvo que cambiar expresiones como sexo débil, cuya definición matiza ahora que es despectiva hacia las mujeres. La Academia de Lengua daba respuesta a la denuncia de una joven de Huelva, que consiguió casi 200.000 firmas con la etiqueta # YoNoSoyElSexoDébil, para eliminar este vocablo del diccionario.
La palabra, o el uso de la misma, hace el hecho. Al menos por los que creen en la programación neurolingüística que determina que la palabra puede modificar el pensamiento. Así leer, ver o redefinir la palabra «feminismo» puede articular algunos cambios «socio-neuronales»: por repetición, visibilización, escucha o entendida. Cambiar los marcos mentales a través de los diccionarios, a pesar de ser un poco old school en la época de Wikipedia o algo Diderot, como un pez fuera del agua (de la Ilustración), es un paso más en una lucha que parece imparable. Una lucha magistralmente definida por la activista afroamericana Angela Davis «El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas». Yes, it is.
Sin embargo, más allá del uso de la palabra «feminismo» de manera cotidiana, los últimos acontecimientos determinan que queda mucho trabajo por hacer. Las constantes denuncias en los medios de comunicación y en las redes sociales han creado una masa crítica femenina que parece detectar y arremeter contra el último detalle machista, pero también unirse para hacer frente a las grandes aberraciones.
2017 ha sido el año de Las ‘Kellys’, de las dependientas de Bershka, del #metoo, del #yotecreo, de # lesdonesomaquí los Premios Gaudí o + Mujeres a los Premios Goya. Mujeres que han orquestado movimientos para dar un paso adelante para defender sus puestos de trabajo, la dignidad de sus profesiones y sus derechos laborales y vitales.
Las españolas y las catalanas salieron de manera masiva el pasado 8 de marzo para pedir que cesen las desigualdades y la violencia de género, la expresión más cruenta del machismo. El juicio de ‘La Manada’ también supuso una gran demostración de fuerza y una gran protesta ante un sistema judicial con tintes machistas y paternalistas donde se cuestionaba la honorabilidad de la víctima de una violación múltiple. El 25 de noviembre, Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, las mujeres volvieron a llenar las calles de reivindicaciones y rezos. Y así un largo etcétera.
«El feminismo es el sujeto político más potente que existe en la escena político-social actual», recuerda la feminista Justa Montero, de la Comisión 8 de Marzo. Al 15M o los movimientos como la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH), las activistas tuvieron un papel muy importante, al igual que en las mareas blancas o las mareas verdes. En la defensa de la educación, los derechos de los migrantes, los refugiados, los niños … Las organizaciones feministas han tenido una notable capacidad de influencia en las decisiones políticas de los últimos años. Por ejemplo, pueden apuntarse el tanto de no haber permitido el retroceso de la ley del aborto en 2014 que pretendía el ministro Alberto Ruiz-Gallardón, que acabó dimitiendo.
El feminismo en el sector cultural
Una de las primeras consecuencias de la revalorización de los trabajos tradicionalmente feminizadas como los cuidados y la limpieza ha desembocado en una ola de visibilización de problemáticas que por normalizadas quedaban invisibles. La sororidad y el sentimiento de lucha se traduce y se traslada a otros sectores y llega al mundo de la cultura más mainstream.
El feminismo liderado por las actrices de Hollywood bajo el lema #metoo y después #timesup actúa como un catalizador de denuncias de acoso sexual y profesional donde destaca el caso Weinstein. Las mujeres de todo el mundo postee en Facebook, Twiter y Instagram sus experiencias poniendo el foco en las actitudes machistas que vivimos y hemos vivido todas a diario y que ahora sí y sin miedo denunciamos. Desde un tocamiento en el metro, a una flor o un asalto sexual.
La cultura reclama más voz, más visibilización, acabar con los techos cristales. Historias que nos interpelen, que hablen de nosotros. Cambiar los lenguajes, los lugares comunes para construir desde el imaginario cultural nuevas realidades. La Liga de Mujeres Profesionales del Teatro, los debates de EllasCrean, CIMA o ClasicasYModernas son algunas organizaciones femeninas y culturales en lucha para alcanzar la paridad en todos los sentidos.
En el teatro catalán los pasos son lentos pero firmes, directoras como Carme Portaceli hacen del feminismo bandera cuando relatan pasajes como Troyanas de Eurípides, donde la historia clásica se explica desde los márgenes, desde las mujeres de los vencidos, las vencidas, la mercancía de guerra. Creadores como Carla Rovira o Agnès Mateus hablan sin tapujos de la violencia hacia las mujeres: la institucional, la familiar, la invisible. Colectivos como Mujeres y Cultura se reúnen para coordinar acciones de visibilización femenina dentro del mundo cultural. Las críticas del bloque anónimo Dona’mEscena analizan la cartelera teatral desde una perspectiva de género y elaboran radiografías de la presencia de mujeres dentro de las programaciones de los equipamientos culturales y los festivales catalanes.
El feminismo no sólo es la palabra del año, no es una camiseta, un tuit o reivindicar (erróneamente) a Frida Kahlo. El feminismo debe ser un hecho transversal, donde la cultura actúe como catalizador para extenderlo y llegar a diversos entornos, poblaciones, comunidades y espacios.
Parafraseando a Montserrat Roig «la cultura es la opción política más revolucionaria a largo plazo». La cultura feminista lo es aún más. 8M Juntas somos más fuertes.