Llega la sexta producción del Mercat de les Flors, Cèl·lula #6, aquella idea exitosa que Àngels Margarit, anterior directora artística, tuvo para acompañar a compañías del país en la construcción de piezas capaces de llegar a diferentes lugares. En el ensayo abierto se anunciaba que, como mínimo, en ocho teatros municipales se podrá ver esta producción, que se estrena en el teatro de Montjuïc el día 2 de octubre y que estará dos semanas en cartel. Así que: misión cumplida.
Lleva por título Faula, de la coreógrafa y bailarina Roser López Espinosa. Es decir: una ficción, con un final moral o ético, en general con animales o plantas como protagonistas, dotados de alma humana. Faula, en sentido etimológico, significa “cuento” y una de las palabras que derivan de la misma familia es “fabuloso”. Muy en consonancia con la obra que se verá estos días: inventada y extraordinaria.
Dividida en dos partes diferenciadas, su relato transcurre por un bosque y por un segundo espacio más bien onírico. La primera de estas dimensiones conecta con ese sentido de creación efímera, que es la base sobre la cual se desarrolla una pieza de danza. Y es la parte más fabuladora en la obra de la creadora catalana, con un lenguaje coreográfico sutil, que requiere atención al detalle, de cuerpos conectados a tierra, en conexión delicada. Hay un juego de luces, un trabajo de diseño de iluminación y de espacio escénico, de Cube.bz, delicado y plenamente desarrollado para enfatizar el espacio donde se desarrolla la acción y que rodea por completo a los ocho bailarines de la pieza.
Unos intérpretes que se vinculan más directamente con el material propio, más reconocible de la coreógrafa, en la otra dimensión del espacio escénico: la danza acrobática que tanto hemos disfrutado en obras anteriores, como por ejemplo L’estol (2017), en aquel momento Producción Nacional de Danza. El rasgo fundamental es el acompañamiento atento de todos sus bailarines. La constatación de hasta dónde se puede llegar, también elevándose, en pleno vuelo, si hay confianza en las manos que nos sostendrán. Ese es el sentido primigenio de la pieza: recordar aquello que la condición humana es capaz de generar, que no es otra cosa que los hilos que nos sustentan unos a otros. En esta parte es también muy protagonista la música original de Mark Drillich.
Fiel a sus impulsos, las coreografías de Roser López Espinosa, como esta, se caracterizan por ser un espejo de relaciones: cuerpos amalgamados, que ruedan, saltan, pasan por encima y trepan entre ellos, como en una comunidad: un conglomerado de voluntades. Es la posibilidad de construir juntos algo, un cuento, una fábula, una historia, en definitiva, lo que nos hermana. Como en los relatos fantásticos, ante los cuales exclamamos por sorpresa y originalidad. Justo la palanca que ha impulsado esta nueva pieza de una de las creadoras más sustanciales del actual panorama dancístico.
Más información i entradas: