ENTREVISTA

Cristina Genebat: "Traduzco para enriquecer el montaje teatral"

Ivet Zwatrzko Pou

Este 2023, la cartelera teatral llega con algunas novedades imprescindibles, entre las que se encuentran dos proyectos que han contado con la participación de Cristina Genebat, desde sus distintas facetas. Se trata de Tots eren fills meus en el Teatre Lliure, una pieza de Arthur Miller que Genebat ha traducido del inglés, y de L’adversari, adaptación de una novela de Emmanuel Carrère que ha llevado a cabo conjuntamente con Julio Manrique y Marc Artigau, a partir del 1 de marzo en el Teatre Romea. Genebat es una figura reconocida dentro del panorama de las artes escénicas y cinematográficas catalanas, pero sus tres rostros profesionales —actriz, traductora y autora— a menudo no se conocen ni valoran de la misma manera.

Teatro Barcelona: Eres actriz y traductora de formación, por el Institut del Teatre (2000) y la Universidad Pompeu Fabra (2004) respectivamente, pero en términos cuantitativos —comparativamente, el número total de piezas teatrales en las que ha sido actriz y el número total de textos que ha traducido o co-traducido— y quizás incluso de reconocimiento público, su nombre aparece más bien asociado a la primera profesión que a la segunda. ¿Este hecho se debe a una elección personal o predilección por una de las dos facetas o es fruto más o menos casual de los eventos?

Cristina Genebat: Yo empecé haciendo de actriz y entré más tarde en el terreno de la traducción. Recuerdo que cuando traduje Roberto Zucco (1988) de Koltès, en 2013, llevaba veintiuna obras como actriz y veintiuna obras “escritas”, ya fuera a partir de su traducción o una versión. A partir de ahí, como es lógico por los tempos internos de cada una de las profesiones, he terminado haciendo más traducciones y versiones de textos que interpretaciones como actriz; que ahora mismo no superan a más de un personaje por temporada. El sector funciona así. Uno siempre tiene más tiempo de escribir y traducir que de aparecer en diferentes piezas teatrales, porque cuando se ensaya una no se puede estar por las demás. Sin embargo, se me conoce más por mi faceta de actriz porque he hecho teatro, pero también porque he hecho televisión; y la televisión y el teatro son un trabajo mucho más visible. Sin embargo, el traductor y el adaptador no dan la cara, acaban pasando desapercibidos.

¿En qué se parecen, traducir e interpretar?

Esto es muy divertido porque yo soy licenciada en Interpretación por el Institut del Teatre y soy licenciada en Traducción e Interpretación, en la especialización de Interpretación, por la Universidad Pompeu Fabra. Es como si fuera doblemente formada como intérprete, es decir, al ser una persona que se dedica a tomar un material, a interpretarlo ya reexplicarlo, ya sea en otro idioma o en otro código o sistema de comunicación. Soy intérprete porque hago esto: tiendo puentes entre un texto que ya se ha escrito y un nuevo público que le verá, quizá por primera vez, después de mi interpretación.

«El buen traductor es aquél que hace que cuando tú ves la obra, tengas la sensación de que ha sido escrita en ese mismo momento»

Pero el material no es el mismo: el primero trabaja con la palabra escrita, el segundo con la palabra oral. Y la metodología y la finalidad no pueden ser la misma, porque el medio de expresión no lo es.

Es verdad que son dos profesiones completamente distintas. Cuando yo digo que son lo mismo es por este matiz poético que, traduciendo al estudio o actuando en el escenario, siempre se interpreta algo. Pero el trabajo de traductora es muy distinto al trabajo de actriz: es mucho más solitario —aunque yo, a menudo, lo hago en varias manos— mientras que actuar es siempre hacer un trabajo de equipo. Aún así, aunque sean tan diferentes, ambas tienen como exigencia esencial no sólo comprender unas palabras, sino también un significado y un mensaje, un sentido.

La obra que ha traducido recientemente, All my sons (Tots eren fills meus) de Arthur Miller, ya fue estrenada en catalán en 1999, en una traducción de Quim Monzó. ¿Qué diferencias presenta, su versión, respecto a la del escritor catalán?

He leído la versión de Quim Monzó, la he tenido en la mano, pero cuando traduzco, siempre parto del original. Las posibles y traducciones posteriores las utilizo como material de consulta, pero yo siempre parto del origen, porque considero que el resultado es muy distinto. De hecho, entre mi traducción y la del escritor, no hay ninguna frase igual.

Por otra parte, las dos versiones de la obra de Miller son diferentes, también porque el lenguaje cambia y porque, en consecuencia, un lenguaje que funcionaba por el público de hace diez años, ahora no funcionaría. La lengua está viva y el espectador que vendrá esta temporada a ver la obra es un espectador de hoy, no de hace 20 años. Y como el trabajo del traductor debe pasar desapercibido, su texto debe adaptarse al momento histórico en el que se inscribirá. El buen traductor es aquel que hace que cuando tú ves su obra, tengas la sensación de que ha sido escrita en ese mismo momento, en esa misma lengua, allí mismo. Por eso las obras se deben ir revisando y retocando, para no quedarse obsoletas.

Aún así, en Tots eren fills meus, no hay palabras tomadas del inglés —como ocurre a menudo en la lengua oral actual—, porque la historia es de una época muy concreta y ocurre en un contexto muy específico, y eso debe respetarse. Las versiones y traducciones deben respetarse en la visión.

Imagen del espectáculo ‘Tots eren fills meus’ en el Teatre Lliure

¿La ha tenido en cuenta, la traducción de Monzó, para escribir la suya? ¿En qué otras traducciones de la obra de Miller ha buscado apoyo o ayuda?

La consulté un poco, pero más por curiosidad que por otra cosa. Yo he trabajado solos con el Miller original porque como ya había traducido otra obra en 2018, The Price (1968) —en este caso en castellano—, ya estaba familiarizada en su estilo y no me costó hacer el arranque . Además, los textos de Miller son espectaculares, sus palabras son una delicia, lo que te facilita mucho el trabajo. Cuando un texto carece de carencias, como en este caso, vas mucho más tranquilo y confiado a la hora de traducir.

¿Considera que es importante, consultar y ver cómo otros traductores han jugado con un mismo texto?

Creo que es interesante como complemento, pero no que no es imprescindible para traducirlo bien. De hecho, la mayoría de las veces que traduzco no tengo una versión anterior donde apoyarme, a menos que se trate de textos de Chéjov, por ejemplo, que no puedo traducirlo directamente del ruso y debo basarme en las versiones francesas , catalana o castellana. Pero yo creo que captar el matiz del texto original puede llegar a cambiar el sentido final de la obra, de modo que si puedo ir a la fuente original, siempre me remito.

El título es el mismo sintagma que escogió Monzó en 1999, mientras que tomando el original inglés All my sons, también se hubiera podido traducir como Tots els meus fills, en vez de Tots eren fills meus; es decir sin el sin verbo. ¿Por qué ha mantenido la fórmula de Monzó? ¿Y por qué el verbo está en pasado?

La frase, tal y como aparece en el título, es la traducción de una réplica del texto, una réplica del personaje del padre, hacia el final de la función, que dice exactamente esto. Lo que él quiere decir es que todo el mundo era su hijo, todos sus hijos y todos los demás que aparecen y tienen relevancia en la obra. Éste es el sentido real de la frase, que “todos aquellos eran hijos suyos”. Expresado así me parecía que el sentido era más fiel y que quedaba mejor, aunque el título original no lleve el verbo. Y es cierto, también es el título que Monzó le había dado. Cuando lo supe, pensé que no estaba nada mal encontrado y decidí mantenerlo.

Mayoritariamente, ha traducido textos dramáticos de autores francófonos o americanos, entre ellos Molière, David Mamet, Bernard Marie Koltès, ahora Miller, pero también Mouawad o Neil Labute. ¿Qué tienen sus respectivas tradiciones teatrales, francesa y americana, que sean destacables? ¿Qué le atrae de estos autores?

Traduzco por encargo, los textos no los elijo yo sino los directores que quieren hacerlos. Por eso, entre los autores que he traducido, algunos me gustan más y que me gustan menos y muchos de ellos no tienen nada que ver. Mamet nada tiene que ver con Mouawad, por ejemplo. Uno es muy poético, con un lenguaje muy filosófico, mientras que el otro es mucho más seco y con una predilección por la historia. Cada autor tiene sus normas y sus códigos, y es necesario saber descifrarlas y conocerlos para poder encontrar su tono en la nueva lengua. De hecho, a menudo escribo la primera escena sin tener claro cuál es el tono y cuando llego al final de la obra, debo volver al inicio. Muy a menudo, empiezas a escribir sin saber adónde va el autor y es el proceso de traducción mismo que te lleva al mismo sitio desde donde escribía el autor.

En el acto de traducción, ¿puede disociarse Cristina-traductora de Cristina-actriz o le es imposible?

La gracia es, en mi caso, no poderlo y no tener que hacerlo. Joan Sallent me decía una vez que él —que no es actor— siempre debía leer lo que traducía en voz alta. Yo me lo imagino todo: todo lo que escribo me lo imagino. Además, como trabajo a partir de encargos, normalmente ya sé cuál será el reparto e imagino cómo quedarán los personajes en boca de los actores que les darán cuerpo. En Tots eren fills meus, veía ya a Jordi Bosch y Emma Vilarasau diciendo el texto mientras lo escribía. A veces me pasa, como a menudo conozco bastante bien el reparto de las obras que traduzco o adapto, pienso enseguida en cómo lo harán e incluso sé si harán gracia o no cuando digan mis frases. Yo traduzco siempre pensando en la oralidad del texto, en cómo sonará, en su presencia física. Traduzco para enriquecer el montaje teatral, porque el objetivo es siempre el espectador que le irá a ver.

«Elegir un texto u otro para expresar la cultura de un país es político»

En una entrevista en Vilaweb, afirmaba que “si los políticos hicieran política, los artistas no deberíamos hacerlos. Y ésta es la cuestión. Los artistas no deberíamos hacer política”. El texto de Miller que acaba de traducir es indudablemente político y, como tal, contribuye a “hacer política” y, además, podríamos afirmar que la tendencia teatral europea sigue, ahora mismo, una línea de pensamiento que reconcilia la política y la arte. Pienso en Milo Rau, Thomas Sauerteig, pero también Albert Tola —y aunque desde otra perspectiva y estilo— Lluïsa Cunillé.

Ésta es la eterna discusión. Tengo una amiga que es teniente de alcalde de un ayuntamiento y considera que todo es política: que todas las decisiones educativas son políticas, que todas las decisiones culturales también lo son. Elegir un texto u otro para expresar la cultura de un país es político. Pero lo que yo quería decir en la entrevista es que, como artista, uno debe poder explicar y hacer todos los personajes, expresar cualquier opinión, decirlo todo. A mí me gustaría pensar que en la cultura y el arte todo es posible, incluso lo que no nos gusta o aquello a lo que estamos en contra, porque también esto puede hacernos crecer.

Cuando yo decía que los artistas no deben hacer política lo decía porque, actualmente, se nos exige que tengamos un discurso personal claro. Es como si nos dijeran para actuar: «Quiero ver en tu representación que eres de izquierdas». Y digo de izquierdas porque la gente de derechas va menos al teatro, esto es así. Es decir, actualmente hay que evidenciar que tienes una ideología, pero es que cuando actúo soy mi personaje y no yo, y una cosa es el personaje y la otra yo, en tanto que actriz y persona. Nosotros debemos actuar libremente, debemos podernos expresar en todos los sentidos y en todos los niveles y no debemos pensar en estar haciendo política. Son los políticos quienes deben hacerlo, que por eso los votamos, para que tomen decisiones y hagan leyes. Nosotros, los actores, representamos a personajes que son el espejo de esta sociedad ya través de ellos podemos enseñar sus partes más bonitas y las más feas. Y, tal vez, también estas segundas tengan cosas legítimas, cuestionables, pensables. Lo que nos interesa es el alma humana. Porque yo, políticamente, ideológicamente, puedo tener unas ideas —y las tengo—, pero artísticamente quiero permitirme todo lo posible para ponerlos en escena.

Pere Arquillué protagoniza ‘L’adversari’, en el Teatre Romea

Su última obra como autora, L’adversari, basada en una novela de Emmanuel Carrère y coescrita junto a Julio Manrique y Marc Artigau, ¿es política? ¿Y Tots eren fills meus?

Tots eren fills meus es más política que L’adversari. Tots eren fills meus es una forma de enfocar la vida, esconde un discurso filosófico, incluso. En cambio, L’adversari habla de un asesino, de una persona “real” que mató a su familia… y, ¿esto es política? Evidentemente, si nos tomamos en el discurso de que todo es político, sí, pero yo creo que éste no es un teatro “político”. Habla de otras muchas cosas, pero no creo que la política sea central.

L’adversari no es una traducción como tal, es más bien una adaptación o una reescritura de un relato literario, que en su versión cambia de género y, por tanto, de formato de recepción. ¿Cómo se ha vivido este proceso? ¿Y qué peculiaridades se suman, si tenemos en cuenta que es un texto a tres manos (Manrique, Genebat y Artigau)?

L’adversari fue concebido de forma muy particular. A Julio Manrique le gustaba mucho Carrère, le había leído mucho, y quería llevarlo al escenario. Pero para ello no nos basamos en la historia que se cuenta en el libro, sino que trabajamos a partir de la siguiente idea: un autor, de repente, se interesa mucho por una persona real, de carne y huesos, que comete unos crímenes casi inimaginables. Y se pasa siete años de su vida escribiendo un texto sobre él. Por eso, decidimos que habría dos actores: uno, Pere Arquillué, que haría de escritor y de todos los personajes, y el otro, Carles Martínez, que haría de Jean-Claude Romand, es decir de adversario. Fue a partir de ahí que,, junto con otros elementos de la novela, las adaptaciones cinematográficas han hecho y otras novelas de Carrère, acabamos creando nuestra versión de L’adversari.

Marc Artigau i Cristina Genebat

A propósito de Las tres hermanas de Chéjov que se representó en el Lliure, comentaba que hay que “leer las obras desde el punto de vista femenino”. ¿Ha y han seguido esta lógica, también, por la traducción de Todos eran hijos míos (2023) y por la escritura de L’adversari?

Por la escritura de L’adversari no, porque los personajes femeninos que aparecen son lo que son. Y no podemos tergiversar la esencia original de la historia. Y, además, los personajes de Carrère eran personas reales, con una visión concreta, por lo que no podíamos manipularlos tanto como en un texto de ficción. En cambio, con Las tres hermanas, la perspectiva femenina reinó en todo momento: en el texto de Chéjov, las protagonistas son tres hermanas, pero sólo filosofan los hombres. Y dijimos que ahora filosofaríamos todos.

Con Tots eren fills meus, sí que es cierto que hemos intentado darle esta perspectiva, y hemos tocado algunas cosas del texto de Miller. Por ejemplo, en lo que se refiere al personaje de la chica joven, que se la describe como una mujer muy guapa. Hemos decidido que sería una persona brillante, en ese caso una mujer, pero que lo que haría atractiva es que sería brillante, no sólo guapa. Y esto es lo que se comenta en los diálogos, sin poner énfasis en toda la parafernalia sobre su físico, porque hacerlo quedaba antiguo. Es decir, en la medida en que lo permitía el texto, hemos adaptado todo lo que hemos podido, pero sin cambiarlo ni traicionarlo. El objetivo era que el texto quedara actualizado, que los referentes fueran actuales. Pero sin cambiar la esencia de los personajes ni de la historia. De hecho, el papel del padre era un papel de machirulo, de un señor que ve el mundo desde un punto de vista muy anticuado, pero suavizar este aspecto hacía que se desdibujara su función en la obra de teatro, de así que lo hemos mantenido así. Porque, además, este tipo de hombres también existen.

«Antes de que actriz, traductora y dramaturga soy madre»

¿Cómo se concilia la triple faceta de actriz, traductora y dramaturga en su día a día?

Lo cierto es que voy haciendo a épocas. Lo difícil no es tanto conciliar las tres facetas, sino conciliarlo todo con la vida familiar, porque antes que actriz, traductora y dramaturga soy madre. Por eso, intentamos siempre que los ensayos de teatro sean en horario escolar y que sí estoy muy puesta en una interpretación, no se me superponga con ningún otro trabajo. Es decir, que cuando estoy ensayando una función no puedo estar traduciendo otra, porque sino no tengo tiempo. Compagino los trabajos e intento siempre que los timings laborales no se me superpongan, pero esto hace que siempre tenga horarios diferentes y que el trabajo pueda hacerme pasar épocas de gran estrés y nervios.

No es un trabajo fácil.

No, no es fácil. Precisamente por lo que acabo de comentarte: no tengo unos horarios fijos y aunque haga la planificación de la temporada y del curso escolar con antelación, siempre acaban cambiando cosas y cada mes trabajo con horarios distintos, según función o adaptación . Pero insisto: lo más complicado de conciliar, más que ser mujer, es ser madre. Sin embargo, por otra parte, son tres trabajos gratificantes y que me hacen feliz. Me dedico a lo que elegí cuando era joven y hago el trabajo que me gusta, y hacer el trabajo que te gusta, en esta vida, ya es mucho. Y todavía puedo decir más, porque yo puedo vivir del trabajo que me gusta. De modo que, a pesar de los nervios, el estrés y la poca disponibilidad, no puedo estar más agradecida.

Más información, entradas e imágenes de las obras en las que participa Cristina Genebat, aquí:

Escrito por

Humanista por la Universidad Pompeu Fabra con la mención de Literatura y Estudios Literarios, y actual gestora de la Sección de Literatura del Ateneu Barcelonès. Colabora periódicamente en medios de divulgación cultural como Nube, Nosotros La Veu, Barcelona Clásica o el Tiempo de las Artes.

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