En el antiguo Egipto, donde el Nilo serpentea entre las pirámides y las conspiraciones palaciegas, nace una historia de poder, seducción y traición. Giulio Cesare in Egitto renace en el Gran Teatro del Liceu desde la visión innovadora de Calixto Bieito, que transforma la ópera de Händel en un fresco de pasiones humanas que desafían el tiempo. La batuta de William Christie y la orquesta del Liceu insuflan nueva vida en la trama, mientras Xavier Sabata, que encarna a un César fascinante, y Julie Fuchs, en la piel de una Cleopatra de carácter publicitario, nos transportan a un universo donde la gloria se funde con la tragedia. Bieito, con su visión audaz, sitúa a la ópera de 1724 en un entorno futurista, con un cubo metálico gigante y efectos digitales que recrean un paraíso desértico lleno de violencia, abuso y sexo. En este escenario de luces y sombras, donde se refleja la fragilidad del poder y el triunfo del dinero, conversamos con Calixto Bieito sobre la repetición implacable de la historia y la simbiosis entre música y drama.
¿Qué te atrajo de esta ópera para llevarla a escena y qué consideras que la hace tan potente y atemporal?
Es como un Shakespeare, ¿sabes? Tiene todo lo que necesita: la política, la violencia, la poesía, el erotismo… La ambición, todo dentro de un contexto de tensiones de poder en Egipto. Es una pieza universal. Como Shakespeare, funciona siempre en cualquier contexto. Además, la música es una maravilla.
Se trata de una de las óperas más conocidas de Händel, tanto por su riqueza musical como por la profundidad psicológica de los personajes. ¿Cómo has trabajado esa dualidad entre espectacularidad e introspección?
Siempre trabajo muy cerca de los personajes, tanto de los cantantes como de los personajes en sí de la escena. Algunos los conocía, como Julie Fuchs, con quien he colaborado muchas veces. Esto facilita mucho la comprensión emocional, física e intelectual. Es como una especie de dramaturgia del cuerpo.
«Me gusta crear espectáculos que sean atractivos, que emocionen y hagan pensar, pero sin decirle al público qué debe pensar»
¿Cómo interpretas el papel de las figuras de poder como Cleopatra y César en la sociedad contemporánea? ¿Existen paralelismos entre sus luchas y las cuestiones políticas actuales?
Hay muchos. Pero creo que es el público quien debe construir puentes; no me gusta dar mensajes directos. Me gusta crear espectáculos que sean atractivos, que emocionen y hagan pensar, pero sin decirle al público qué debe pensar.
Tus producciones a menudo exploran la violencia y el poder como mecanismos de dominación. ¿Cómo se manifiesta esta violencia en Giulio Cesare?
En este caso, la violencia es más enterrada, más mental. Es una violencia política, que puede ser incluso más desgarradora. La política a menudo recurre a la violencia, a la manipulación intelectual y emocional. Es como una gran exposición en la que todo el mundo especula sobre el poder, viendo quién acaba ganando la partida. Es una obra política llena de ironía, que se refleja en la pareja triunfadora y en la influencia del dinero. Es el triunfo del dinero; todos queremos ser millonarios [ríe]. Tiene cierta ironía.
La escenografía de Rebecca Ringst recuerda una estructura cerrada, tecnológica y opresiva. ¿Has querido sugerir una idea de reclusión o control? ¿Es una forma de reflejar los conflictos internos de los personajes?
Sí, sugiere una idea de reclusión, control y fiesta. Está muy inspirada en elementos tecnológicos que se utilizan en las grandes exposiciones culturales. De alguna forma, es una parodia. Tiene un punto de ironía y, obviamente, hace referencia a la realidad virtual y la manipulación de la imagen: «Lo que veo es real, pero no lo es». Hay dos niveles: uno de manipulación mental y otro de nivel real, que al cerrar puede resultar muy opresivo. Termina con un final feliz, porque al final esta pieza celebra el dinero.
Cleopatra es uno de los personajes más fascinantes de la ópera, llena de matices y contradicciones. En tu montaje, la presentas con una imagen de diva publicitaria. ¿Cuál es la intención de esta representación?
Es una persona muy inteligente. Utiliza la publicidad para conseguir objetivos políticos y de seducción. Hoy en día, con todo lo que se puede hackear y manipular, es impresionante. No lo digo pensando que el pasado fuera mejor o peor, sino que simplemente constato cómo es el mundo actual. Estoy seguro de que el futuro también tendrá cosas buenas. No soy de las personas que creen que todo irá a peor.
¿Cómo has construido la relación entre César y Cleopatra en esta versión? ¿Has querido remarcar más su dimensión política o emocional?
La dimensión política es muy importante. Ahora tengo un Julio César nuevo, que interpreta a Xavier Sabata, y seguro que cambiaré algunas cosas [ríe]. Cuando el reparto es nuevo, adapto el montaje, y la relación va a cambiar. En este caso, creo que la relación será más emocional y, a la vez, más política por parte de Cleopatra.
La ópera barroca permite mucha libertad en sus ornamentaciones y variaciones. ¿Has animado a los cantantes a explorar estas posibilidades o has optado por una lectura más controlada?
No, yo siempre animo a la libertad. Vivimos en un mundo donde, a veces, no sé exactamente dónde se encuentra la libertad. Soy una persona que trabaja con el sí y no con el no. Si me equivoco, prefiero equivocarme.
¿Cómo has conseguido que ves tan destacadas como las de Xavier Sabata, Julie Fuchs y Teresa Lervolino traigan una nueva dimensión emocional a sus personajes? ¿Qué elementos crees que han aportado al desarrollo dramático de la ópera?
Todos están abiertos, todos actúan fantásticamente y cantan igual de bien. Es una auténtica delicia.
¿Cómo ves la evolución de la ópera barroca en la escena actual? ¿Crees que, a pesar de los cambios en el gusto del público, esta música todavía tiene algo importante que decir al público contemporáneo?
Muchísimo. Haré una comparación algo banal, pero creo que la música barroca tiene temas que podrían ser pop. La ópera barroca es como el pop: tiene una pureza y una belleza propias. Además, es una forma fantástica de acercarse al público joven.
¿Por qué crees que muchas de tus creaciones no llegan a ser visibles en nuestro país?
Por ejemplo, dirigí el War Requiem, de Benjamin Britten, que pudo verse en muchos lugares. No sé, las cosas son así, se pierden muchas cosas. He hecho muchas producciones porque me gusta mucho mi trabajo, todavía me hace mucha ilusión. Lo paso bien trabajando, disfruto con la gente, y es una manera de conectar, de tener empatía con las personas y los artistas. Es estupendo estar en un ensayo, con música, texto, y dejarse llevar, fluir como el agua.
Cuando vuelves a Barcelona, al Liceu, ¿cómo te sientes?
Siempre es especial para mí. Yo vivía muy cerca cuando se quemó el Liceu, era mi primer piso, y eso le da un componente muy personal. Barcelona es un sitio fundamental en mi vida. De hecho, yo sueño en catalán; aprendí a amar en catalán.
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