¿Cuántos reyes Lear y cuántas Cordelías habrá sólo en Cataluña? ¿Cuántos padres exigirán a los hijos ir en contra de quienes realmente son porque consideran que deben ir «por el camino correcto»? ¿Y cuántos confundirán la desobediencia con la falta de amor por parte de sus descendientes?
La directora, autora y actriz Andrea Jiménez pone el foco en el clásico de William Shakespeare, El rey Lear, para reflexionar sobre la figura paterna, sobre el amor y el perdón. Una adaptación que lleva el nombre de Casting Lear que podrá verse del 13 de noviembre al 1 de enero en el teatro del Espai Lliure de Montjuïc. Así como el mítico rey pidió a cada una de sus hijas que le profesaran su amor como en una especie de casting, ahora es su hija Cordelia, interpretada por la propia Jiménez, la que prueba en cada función un rey Lear diferente por para encontrar respuestas. Y, al igual que un padre no sabe cómo será su hija cuando crezca, los intérpretes subirán a escena sin haber hecho ni un ensayo. En Barcelona los padres serán David Bagés, Manel Barceló, Pepo Blasco, Pep Cruz, Eduard Farelo, Josep Julien, Jordi Martínez, Marc Martínez, Pep Munné, Francesc Orella, Albert Ribalta o Pep Tosar, entre otros. Conversamos con la creadora sobre el origen de esta catártica pieza, sobre la figura paterna y también sobre la influencia de nuestros padres universales.
Teatro Barcelona: ¿Cada función es una pieza diferente o es precisamente la unión de todas las funciones de la obra final?
Andrea Jiménez: El viaje emocional es el mismo siempre, en cada función. Tiene variaciones posibles, pero el montaje es un dispositivo de alta ingeniería de dirección. Es una dramaturgia muy bien montada para que al actor le ocurran cosas en momentos clave.
Y los actores invitados no saben qué va a pasar, ¿verdad?
No saben nada. Pero sí he hablado con ellos por teléfono y les he explicado que harán el viaje de Lear, que la obra funciona con un pinganillo desde el que recibirán el texto por parte de Juan Paños -que es el apuntador en escena- y que tendrán también mis indicaciones como directora en la misma función.
Andrea Jiménez: «Dirigir a un actor es un acto de amor»
¿Por qué el paralelismo con la obra de William Shakespeare El rey Lear?
Desde hace años soy consciente de que mi historia y la de Cordelia son muy parecidas. ¿Un padre que repudia a su hija y luego lo pierde todo? Esto me suena mucho. Cuando Juan Mayorga me llamó para que propusiera algo, me pareció que el Teatro de la Abadía era el lugar perfecto para llevar un clásico con una autoficción. Allí estrenamos esta obra y para prepararla me he obsesionado con El rey Lear, me he leído todas las versiones -e incluso en diferentes idiomas-, he buscado montajes, incluso he visto películas… Nunca no había profundizado tanto en un texto ni soy una directora que hubiera trabajado con textos clásicos y, de repente, fui absorbida por Lear. Cuanto más leía más me veía a mí en la historia ya mi padre. Sentía que me interpelaba de forma real y que la obra contenía un misterio que yo debía desvelar.
En la pieza interpretas la figura de Cordelia pero también diriges.
Sí, he ido haciendo caminos de ida y vuelta y ha sido un proceso complejo entender quién es el yo que habla: si es Cordelia, si es Andrea hija o es Andrea directora. La voz que al final lo ha ordenado todo es la de Andrea directora, puesto que representa mi madurez. En mi identidad como directora he encontrado un sitio donde existo de una manera que me gusta.
Es como si una parte de ti pudiera salir de tu historia personal para verlo todo desde fuera.
Sí. Y, además, la función de la directora, principalmente, es cuidar. Para mí, dirigir a un actor es un acto de amor. Y dirigir a un hombre mayor, que es además un actor conocido en cada función, hace que sea algo muy subversiva para mí. Es cambiar el rol ya que quien dirige tiene cierto poder, ellos se ponen en sus manos. ¡Claro, no puedo ubicarme en una relación de víctima con un actor que viene a dirigirlo! El hecho de dirigir a un rey Lear ha sido un proceso de sanación para esta Cordelia directora, que es obligada a cuidarle.
¿Has conseguido ver la figura del rey Lear de manera diferente a cómo la percibías al sentirte más identificada con Cordelia?
Sí. Esta obra no ha sido simplemente escribir algo que ha pasado, sino una transformación en directo de mi relación con mi padre, de mi relación con los hombres y de mi relación conmigo misma. ¿Busco el perdón de mi padre? ¿Le estoy perdonando yo? ¿Es esto una reconciliación? ¿O es una renovación de votos conmigo misma? Mi padre me repudió por elegir dedicarme al teatro. Me dejó de hablar. Curiosamente, lo que me alejó
de él ahora es lo que me avecina.
¿Es posible curar un conflicto únicamente con la imaginación?
Ésta era mi primera tesis, tener en la ficción la conversación que no pude tener en la realidad, pero es fascinante porque después todo siempre es más complejo. Parecía que si yo me reconcilia
va a la ficción después esto sanaría, y de alguna manera ocurre, pero es más complejo porque parte de esa reconciliación también es frustrante porque sabes que es ficticia. Lo que realmente sana es ir al fondo de una pregunta y encontrarse con otra para intentar poner en palabras lo que es indecible.
¿Por qué esa necesidad de obtener la aprobación de nuestros padres?
Oscilas entre la rebeldía de querer hacer tu vida pero después vuelves queriendo recibir la bendición —como se diría en lenguaje shakesperiano—. Esto es lo que los psicoanalistas dicen que es «matar al padre»: dejar de esperar esta aprobación. Pero para dejar de esperarla no puedes ignorar que la buscas, sino entender que eres tan tonta, tan pequeña y tan niña aunque la sigues buscando. Cordelia comienza como hija pero después vuelve como Reina de Francia, liderando las tropas del ejército francés. Pasa de niña a mujer y yo siento que estoy en ese tráfico.
Para poder hacer este crecimiento es necesario poner en duda las enseñanzas o comportamientos de nuestros progenitores. ¿Es posible conocerse una misma sin marcar esa diferencia?
Creo que no. Y además ocurre también con los padres del teatro o los padres profesionales. En mi caso, como creadora, he renegado también de mis padres del teatro. Me han dado igual Shakespeare, Lorca, Chekhov… Yo decía: «¡Haré la mía!», pensando que la mía venía de la nada. Lear dice: «de la nada sale nada» y es cierto, lo que haces nunca sale de la nada, siempre viene de algún sitio: de tu padre, de Jacques Lecoq, de William Shakespeare, de Valle-Inclán… El cambio ocurre cuando miras a tus padres en la cara, no desde abajo o desde un falso arriba.
¿Mirar en la cara William Shakespeare ha provocado en ti un cambio también como creadora?
Creo que sí. He podido darme el lujo de admirar a Shakespeare —o su colectivo o su compañía— y eso es enorme para mí. Me he permitido dialogar con ellos, encontrarme con él.
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