Un fantasma visita a las parejas cuando el amor se convierte en abuso. Analphabet es un ente espectral «atravesado por la herida y atrapado en el pasado», tal como lo presenta Alberto Cortés. Quizá precisamente por eso, añade el director y dramaturgo, es capaz de «poner un poco de orden o, sobre todo, ofrecer ayuda o consuelo» frente al maltrato.
Un dolor que trasciende la racionalidad
En el universo artístico de Cortés, nada es casualidad. Analphabet —‘analfabeto’ en alemán—, explica, «debía ser el nombre del fantasma» ya que responde a una doble voluntad metafórica. Por un lado, permite alejarse de la racionalidad para valorar «la construcción emocional de toda la relación amorosa, que no se puede explicar con palabras». Por otro, bebe del pensamiento de Anne Carson y José Bergamín, que señalan cómo «la alfabetización dejó fuera muchas expresiones que la poesía era capaz de transmitir» y vinculan el analfabetismo a la poesía.
La influencia de la poesía del romanticismo alemán impregna profundamente la propuesta. «Conecté con autores como Goethe, Hölderlin o Novalis, que hablaban de esta relación pasional con el amor y con el paisaje», recuerda. Además, el paisaje natural al que nos convoca Cortés no es un escenario neutro: «siempre escribo desde cosas que me han atravesado», admite. En concreto, revela cómo «Euskadi es el campo de batalla de la historia de Analphabet, es el lugar de procedencia de su amado». Este relato íntimo también nos transporta a otros escenarios relacionados con el recorrido personal del artista, como las playas de Andalucía o de Asturias.
Abrazar la vulnerabilidad como fuente de sanación
La necesidad de tomar vivencias propias como punto de partida del arte también lo lleva a abordar una realidad invisibilizada: la violencia intragénero dentro de las relaciones queer. Entre personas del mismo género, relata, «también se reproducen dinámicas violentas». Conoce de primera mano cómo las disidencias «siguen marcadas por una herencia patriarcal». Incluso fuera del terreno de la heteronormatividad, a menudo se disputa «una lucha de poder entre dos hombres que están imponiendo su valía o su poder». Es una cuestión, denuncia, que aunque «se explica poco, pasa mucho más de lo que pensamos».
Para Cortés, la escena no solo es un espacio de exposición, también lo es de reparación: «La importancia de tratar esta problemática pasa, en primer lugar, por la sanación personal». «No hago obras para enseñar nada, ni para salvar a nadie», mantiene. Sin embargo, reconoce que otra cosa es que la creación llegue a quien mira: «Creo que cuando me abro de esta manera en el escenario, pasan cosas en el espectador que lo transforman». Así, la experiencia con Analphabet ha demostrado a Cortés cómo el público puede abrazar su vulnerabilidad y cómo, en este abrazo, puede reflexionar, aprender y, en definitiva, sanar.
Más información, imágenes y entradas en: