La figura del extranjero ha sido siempre un personaje que ha interesado mucho tanto a escritores como a dramaturgos a lo largo del tiempo. En Occidente hemos conocido de primera mano la experiencia de la emigración y la inmigración y el halo de esperanza, tristeza y nostalgia que comporta. Yira es una mosaico de cuatro historias diferentes, los protagonistas de las cuales se han visto en la necesidad de irse de su país en busca de un giro en sus vidas. Basado en elementos extraídos de las biografías reales de sus actores, el director Gaston Core ha construido un universo de una melancolia sobrecogedora y musicalmente muy elegante que recuerda por instantes la estética del cine de David Lynch. El conflicto latente entre la vida interior de los personajes y el extraño mundo que los rodea evoca toda una serie de imágenes y situaciones en algunos casos muy sugerentes y muy logradas, como la clase de dicción catalana, la entrevista de trabajo o el inquietante uso del radiocasete. No obstante, a pesar de ser un espectáculo intencionadamente coral, la camarera japonesa que baila flamenco genera un interés especial por su carisma y fragilidad que, en parte, eclipsa el resto de historias. Además, se echa de menos más interacción entre ellos, ni que sea de forma simbólica, para ir más allá de esta narración individualista que, a la larga, hace que la obra pierda intensidad. En cualquier caso, se logra el difícil objetivo de transmitir el aislamiento emocional que sufren las personas que viven fuera de sus fronteras y sirve, una vez más, como metáfora perfecta de la alienación social que comporta, en general, la sociedad actual.
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