¿Qué decir a estas alturas de West Side Story que no se conozca? Un musical que unió a algunos de los nombres más grandes del género: el coreógrafo Jerome Robbins, alma del proyecto, el compositor Leonard Bernstein, el letrista Stephen Sondheim, reticente y que no quedó del todo satisfecho (!) y el productor de productores a aquel lado del Atlántico, Harold Prince. Anécdotas conocidas, como lo de separar a las pandillas en los ensayos y lanzarles rumores para crear tensión entre ellos, complejas relaciones de colaboración, lo rabiosamente actual que era en su momento y la acogida (menor de la que imaginamos).
De los pocos musicales creados a partir de un coreógrafo y por ello la danza es lo que hace avanzar la acción, es la principal fuerza. La música es grandiosa, casi la ópera americana que Bernstein persiguió, con una sucesión de canciones maravillosas y diversos estilos (clásica, jazz, latino…), Maria, Somewhere, Tonight, Quintet, I feel pretty, America (canción que se incorporó a última hora, ya en la gira de preestreno, para dar tiempo a los chicos a cambiarse y por eso en teatro la cantan sólo ellas).
La trama la conocemos todos: Romeo y Julieta en el NY de los 50 con bandas de puertorriqueños y estadounidenses odiándose. Surge el amor entre Tony, un pandillero que quiere dejar de serlo pero atado por el honor, y María, recién llegada, inocente y deslumbrada por las ilusiones.
Este montaje de SOM es muy respetuoso y fiel; así, las coreografías son las originales, y se nota. Muy cuidado vestuario e iluminación (algo menos el maquillaje, demasiado naranja para diferenciar a los portorriqueños) e inteligente recurso el abrir el escenario a los laterales para acoger a todos los intérpretes.
Lo menos mejor: falta algo de alma y química. La pasión del enamoramiento, entre Tony y María, y la tragedia que los une, no traspasa el escenario con la fuerza que lo hacen los números de baile. No ayuda que sus registros sean diferentes, muy lírico el de ella, más “ligero” el de él y no acaben de combinar.
Lo mejor: sales impactado por el baile y la música, tarareando cada uno su canción.