Dice Pau Carrió en el programa de mano de esta enérgicamente sobria Victoria de Enrique V que «las ganas de ganar son uno de los grandes motores para hacer avanzar nuestros trabajos, nuestra carrera, nuestra economía y nuestra vida». Parece que el director de Iván i els gossos (Iván y los perros), de sólo 33 años (el más «viejo» de la compañía), se ha sentido identificado generacionalmente con el protagonista de este drama shakespeariano que se ve obligado a construir su identidad sobre la derrota de los otros. Con un grupo de talentosos jóvenes intérpretes, el director construye con una solemnidad que tiene los pies en el suelo un universo de ganadores y perdedores donde no hay espacio para la conciliación o el objetivo común. El montaje aprovecha la épica de la historia para hablarnos del éxito como elemento imprescindible en la supervivencia social, acercándola a nuestros días de competitividad implacable con una estética informal y un registro serio pero no inverosímil. Como ejercicio de espíritu brechtiano, funciona bastante bien y no pierde en ningún momento la firmeza de sus intenciones. Sin embargo, la moderación estilística de la propuesta acaba pasando factura, erosionando, según avanza, gran parte del empuje inicial hasta llegar a hacerse, por momentos, aburrida. Afortunadamente, Carrió, como buen estratega, se asegura su propia victoria como director utilizando sus mejores jugadas en el tramo final, con la espectacular representación de la última batalla que resulta escénicamente una verdadera delicia. Esto y la elegancia de la música en directo, la sensibilidad de las canciones y la cuidada actitud de sus actores (sensacionales David Verdaguer y Pol López) hacen del conjunto un producto que, aunque no es del todo redondo, destaca formalmente sin descuidar (del todo) el ritmo y el contenido.
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