«Hay cosas que recuerdas aunque pueda ser que no hayan pasado nunca. Hay cosas que yo recuerdo que tal vez no me han pasado nunca, pero, cuando las recuerdo, entonces pasan de verdad.» Hay frases dichas que impregnan de permanente interés una función teatral. Vells temps.
¿Podemos estar seguros de alguna cosa? No, no podemos estar seguros de nada. Todo puede que sí o puede que no. El hecho es que es muy difícil definir qué pasó en cualquier momento en un pasado, un hecho puntual, un encuentro, una conversación, una noche, una relación sexual, una película … Y naturalmente hacemos memoria, pero la memoria acaba siendo una ficción que se vuelve un rédito real incuestionable. ¿Han pasado las cosas que decimos en realidad? El efecto, el resultado de imaginar, una vez imaginamos algo en concreto, es que lo aparente se vuelve tan verdad como la misma realidad. Porque imaginar es recrear el tiempo de forma intensa en el presente, de tal manera que las cosas, hayan pasado o no hayan pasado, vuelven vivas ante nuestros ojos. ¿La verdad de la mentira? ¿La verdad de la fantasía? Y eso es lo que le pasa al espectador, es lo que ocurre de forma maravillosa en Vells temps, cuando Anna visita, veinte años después, a la enigmática Kate, amiga de juventud y esposa ahora del imprevisible Deeley. Pinter desencaja la vida interior de un pareja empapando el espacio escénico de una atmósfera amenazante y ambigua. Tinta negra sobre el espíritu blanco burgués. Y a pesar que Belbel priorice cierto esteticismo rígido, la espléndida interpretación de Miriam Alamany (Kate) y de Carles Martínez (Deeley) hacen estar al espectador al borde de un fondeo íntimo y penetrante.