Basado en la tormenta de William Shakespeare, nos llega Vaig ser pròsper. Próspero, así percibimos el pasado del protagonista de esta obra coral. Quizá porque cuando llega la senectud, la memoria es la única reliquia que queda de la riqueza de antaño.
Aunque los hechos -todos lo sabemos- no son nunca como recordamos, sino como creemos recordar. Y en esta obra, no se nos evocan con la narrativa intelectual -ordenando, clasificando y exponiendo de forma lineal- sinó a través de aquellas sensaciones que gallitan el pasado. Y así, partiendo de una danza hipnótica que nos muestra la decrepitud de un anciano, un gesto cariñoso nos transporta al día de una boda y el resonar de canciones infantiles, a la niñez de la hija ya convertida en mujer.
Vaig ser pròsper es una obra sin palabras, pero no muda. A través de la dirección de Marc Chornet exquisitamente cuidada (un mocho empapado que se alza a la altura exacta; el andar senil torpe pero preciso; una tormenta sincronizada con en el auge de la decadencia; la luz que se apaga al unísono que la vida) se logra crear la más expresiva y onírica de las atmósferas.
Vaig ser pròsper es una delicia sensorial que da peso, dignidad y memoria a los ancianos que tan rápidamente amortizamos. Por si no ha quedado claro: una pequeña joya, vamos.