Una pareja se casa, engendra su primer hijo y unas semanas después ella decide abortar. Todo esto pasa en los tres primeros minutos del espectáculo. Después tendremos las consecuencias de todos estos actos, la aparición de dos personajes más y toda una serie de circunstancias que llevarán a los cuatro protagonistas a estar en sintonía con el universo. Se atravesará el infierno, aparecerán seres de otra dimensión e incluso algún delfín charlatán… Un viaje alucinógeno, y casi astral, que el público comparte durante hora y media.
La forma del espectáculo también es particular, pero no nueva. Los personajes explican prácticamente todo lo que les pasa, no hay interacción entre ellos y muy pocas veces se miran o se tocan. Esto ya lo habíamos visto en obras de Roland Schimmelpfennig, y otros, hace más de veinte años. Recuerdo La nit àrab, dirigida por Toni Casares en la Sala Beckett, donde las acciones eran explicadas y todo pasaba por la palabra… cómo en una novela. Realmente son técnicas que provocan y que estimulan al espectador, pero que también lo pueden desesperar o aislar completamente.
A mí, más que la forma, me ha sacado del montaje lo que me querían explicar. Quizás soy muy terrenal o poco espiritual, pero cuando empiezan a hablarme de las energías, del universo y de las dimensiones cósmicas acabo desconectando. A pesar de todo, sé apreciar el esfuerzo de Ferran Utzet por hacer atractiva la propuesta, el impecable trabajo de iluminación de Guillem Gelabert y la profesionalidad de los cuatro intérpretes. Un buen envoltorio para un texto con el que no he podido, o no he sabido, conectar.