La Ruta 40 tras abordar la creación de la memoria (Cúbit), apela a ésta renunciando a la ficción para adentrarse en un teatro documental que no se queda en mostrar sin más, con dirección de Carlota Subirós. A través de fragmentos de documentales revivimos episodios de reivindicaciones y revoluciones, desde mayo’68 hasta ahora mismo. El auge y caídas cíclicos de las luchas populares, sean obreras, raciales, de acceso a la vivienda, de libertad sexual… También el peligro de perderse en cómo organizar la revolución en vez de hacerla. Y denuncias que se formularon hace 40 años y son tristemente vigentes.
Alberto Díaz, Albert Prat, Alba Pujol y Maria Ribera ponen voz a las imágenes (con etéreos y musicales momentos de pausa), ciñéndose a la literalidad de parlamentos, proclamas y debates. Nos trasmiten la fuerza de la gente normal, de quienes creyeron en la lucha, sus dudas, rabia, firmeza, la derrota… Y esta Verdad nos llega y cobra vida más allá de la literalidad de las palabras gracias a las interpretaciones, que interpelan directamente a la conciencia, el intelecto y, por qué no, el corazón.
Uno sale triste o esperanzado: o las revoluciones están destinadas a ser derrotadas o bien cada lucha ha sido un ensayo para aprender y volver a intentarlo.
La puesta en escena nos hace sentir parte de los debates,rodeados de libros, con los intérpretes sentándose a nuestro lado pro momentos, dirigiéndose directamente a nosotros con la fuerza de la honestidad de proclamar en lo que se cree.
En resumen: una propuesta valiente, retadora, exigente, rabiosamente actual con la inteligencia de no ser groseramente explícita, de reflexión sobre qué mundo queremos y qué vamos a hacer para conseguirlo. Las interpretaciones consiguen que la carga intelectual y sociológica no se pierda en el campo teórico sino que las vivamos desde la verdad y de forma asequible. Y reflexiones para cuando acaba la obra, que incita al debate y a cuestionarse todo, empezando, quizá, por cómo llevar a cabo el siguiente episodio de la lucha constante.