Un lugar donde buscar respuestas existenciales

Una habitació buida

Una habitació buida
27/11/2019

Propuesta de Llançat, joven compañía formada por alumnos de Eòlia, presenta una propuesta con dramaturgia de Marc Artigau (Caïm i  Abel) y música de Clara Peya (Pluja).

Empiezo negando la mayor: por mucho que lo leo, no creo que sea una distopía, palabra últimamente de moda y tal vez (a nadie le interesa, lo sé) mi género narrativo preferido. No se trata de una indeseable sociedad futurista sino más bien, como algunos (de los buenos) capítulos de Black Mirror, refleja cómo un avance tecnológico afecta a nuestro comportamiento, como allí vertemos altas y bajas pasiones, miedos y sueños, nos transforma o nos esclaviza.

En este caso, una habitación vacía que es refugio, sala de psicoanálisis o lo que cada uno quiera. Allí, quien se lo pueda permitir, encontrará una persona, viva o muerta, a quien sea que haya elegido, una especie de holograma tangible, durante una hora. Conocemos tres usuarios, tres historias, dos entrelazadas desde el inicio y una tercera, más confusa, que parece existir para poder cerrar el final de las otras. Una chica busca a la madre que la abandonó, un chico que quiere estar con un famoso para sentirse él también a la altura y otra de la que no haremos spoiler. Al salir, pueden llevarse el recuerdo de lo que han vivido en aquella habitación, revivir como real lo que ha sido una fantasía. Como en L’Inframón del Lliure, el ser con quien se encuentran, recreación virtual, parece absolutamente humano, tiene la voz y palabras de aquel a quien buscamos, somos los dueños absolutos de la situación, podemos amarlos o abusar en busca de respuestas y satisfacción, expiación y busca de perdón y amor. Allí encontrarán respuestas a algunas preguntas vitales. ¿Son la verdad? ¿Es sólo lo que quieren oír? Las historias y personajes provocan interés desigual y sus registros o tonos son también demasiado diferentes (ltmuy toierna una, muy oscura otra….), lo que dificulta ver la obra como  una unidad dramática.

Con una puesta en escena sobria, contenida, aligerada en algún momento por los movimientos coreográficos y acompañada por la música íntima, con un ligero aire de ensoñación, un texto pensado para una interpretación coral, donde cada uno tenga su espacio y donde el nivel es notable, también en la parte musical, destacando Cristina Vallribera, que ya nos impactó en Romeo y Julieta, una mirada distinta y Carla Pueyo como narradora que va más allá.

 

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