Conocí al Col·lectiu La Santa ya hace unos años, cuando estrenaron La infanta terrible y su séquito real, una obra-concierto que quizás no se adecuaba del todo con los objetivos y el talante posterior del grupo… pero que ya apuntaba maneras. Después vendrían Historia de mí huida y Quan acabi la nit, que ya nos dieron más pistas sobre un colectivo que tiene por filosofía «el teatro en guerra». Sus integrantes consideran el teatro como una manifestación cultural necesaria que tiene que modificar de alguna manera al individuo, pero sin aleccionarlo. En Una casa a l’est esta idea está presente, como en otras muchas producciones que nos hablan estos últimos años de memoria histórica, de los estragos de la guerra, de los testigos de un conflicto, etc. En esta pieza la idea principal es la de ponernos delante dos maneras de afrontar un pasado complicado y tortuoso: ignorándolo o buceando en él.
El gran acierto de esta obra de Laura Mihon, que se inspira en hechos ocurridos en la Rumanía comunista que vivieron sus padres, es la forma en que estructura la historia. Los personajes se multiplican y las diferentes épocas y espacios (el piso de la familia o el archivo de dossieres personales del antiguo régimen) se encabalgan de forma natural, sin forzar nada ni sin hacer perder el hilo al espectador. Lástima, sin embargo, que la obra acabe de una forma un poco abrupta, dejando unos cuántos interrogantes que la trama hubiera podido ligar mejor. Las interpretaciones, por otro lado, quizás hubieran podido tener más profundidad, a pesar de que funcionan y sirven bien a la historia.