Federico García Lorca y su visión ancestral de las pasiones, los celos y, en definitiva, de las tradiciones y leyendas que justifican y mueven desde las profundidades los seres humanos inspiran este tipo de spin off, como se diría en el mundo de las series, de Bodas de sangre, una de las grandes tragedias del poeta, novelista y dramaturgo granadino. Todo se inicia con una boda rural. Novia (nombre que se convierte en propio en el texto) huye con su enamorado, Félix, cuya familia es culpable de la muerte del padre y el hermano de Novio (que también así es como se conoce) y la fiesta se rompe. La persecución posterior termina en muerte a cuchilladas.
Un segundo bajo la arena retoma en este punto el banquete. Los tres invitados y uno de los músicos que permanecen en el espacio, después de la boda frustrada, reciben de vuelta y con avidez al resto de invitados: los espectadores. La alegría es inmensa, pero la decadencia y la incompleción de la ceremonia que debía haberse celebrado han acabado dejando marca. Copas rotas, ceniceros llenos, bebidas a medio consumir, mantos manchados… A partir de entonces, y de una forma errática, casi casual de tan natural, se suceden las explicaciones y los flashbacks para acercar a los asistentes al sentido del nuevo acontecimiento del que forman parte, y que viene a ser la reanudación de aquél que tuvo que interrumpirse. En este formato, no existe frontera entre el público y la compañía. Todo el mundo toma conciencia del rol que se desempeña, y el espíritu del encuentro, celebrado en las tablas mismas del banquete tal y como quedaron cuando el drama se inició, invade el espacio. La fiesta acaba atrapando al espectador, que ya se ve participando, con una copa en la mano y moviendo las caderas al ritmo cada vez más trepidante (como la escena) de Take this waltz, de Leonard Cohen.
El colectivo Desasogiego, nacido en 2018 en Girona fruto de los estudios dramáticos de sus miembros en la Escola Universitària de les Arts, en Girona, muestra, a pesar de su juventud, un dominio de la escena y una forma de interpretar tan diferente, tan personal, tan inmersiva que genera admiración, atrae y atrapa. Las interacciones de los actores entre sí y con el público son fascinantes, fáciles, casi espontáneas. Cuesta no dejarse llevar y evitar la conversación. Parece que nada es calculado, pero el control de Carla Coll, Camille Latron y Pol Toro es absoluto. La música, a cargo de Gaspar Corts, aporta dinamismo, dota de nuevos elementos al ambiente y completa las escenas con maestría. Todo ello, artesanía pura.
El montaje, después de ganar el programa de apoyo a la creación de FiraTàrrega 2022, recibió el Premi Moritz del mismo certamen a la Millor Escena de Carrer, y el Premi al Millor Espectacle Novaveu de los Premis de la Crítica del mismo año.
Una auténtica sensación, un soplo de aire fresco, optimista, que invita a la fiesta. Un espectáculo imprescindible que hace pensar que todavía hay esperanza para la esencia de la creación teatral, para la transformación de todo lo que huele a tragedia. ¿Quién dice que en la segunda parte no es posible la remontada?