Un enemic del poble es agua, ética, moral, corrupción e hipocresía. Una historia escrita en 1882, pero que desgraciadamente es universal y atemporal.
A pesar de una primera parte de demasiado expositiva, demasiado blando blando blando repetitivo que no acaba de enganchar al espectador, de repente el escenario cambia y nos encontramos dentro de la redacción de un diario con todo de gente yendo y viniendo y, sin darnos cuenta, hemos desenganchado la espalda del asiento y.. pam! la asamblea. Una asamblea muy muy pensada porque el público, entonces, pase a ser pueblo y cómplice de lo que está pasando. Hacía mucho tiempo que no me movía tanto en la butaca. Cuánta impotencia y cuántas ganas de decir algo!.
Y ya está, ya te han atrapado. Estarás atenta el resto de la obra, dos horas largas sin pausa acabarán pasando ante tus morros como si nada y, acabada la función, habrá ciertas frases que se te repetirán dentro de la cabeza una y otra vez.
Miguel del Arco, director de la obra, dijo en una entrevista que “el teatro no tiene que plantear respuestas, el que tiene que hacer es articular muchas preguntas”. Conmigo lo consiguió. Hay obras de teatro que por algún motivo me piden ir andando hasta casa, incluso cuando el paseo supone una hora de trayecto.
“Debe haber algún lugar en el mundo para los hombres libres”