Tractat de blanques fue escrita por Enric Nolla en el 2001, y lo cierto es que su mensaje sigue desgraciadamente vigente. A pesar de que se trata de un texto alegórico y realmente complejo, se percibe una clara voluntad de retratar a los extranjeros que tienen que adaptarse forzosamente a un nuevo mundo que a menudo los desprecia. Gracias a la energía y al trabajo minucioso de Carme Pla podemos ir siguiendo -no sin dificultades- un texto que pretende explicarnos una idea más que una historia. Es por eso que el monólogo resulta críptico, a veces caprichoso, e incluso ininteligible en alguna escena. Y si no fuera por el trabajo de una gran actriz y la compleja tarea de dirección de Marc Molina, igual no hablaríamos en los mismos términos. En este sentido, la representación se nutre principalmente de varios tonos actorales (todos bastante matizados), de un buen espacio sonoro (la fotocopiadora acaba convirtiéndose en un personaje más) y de una escenografía simple, a pesar de que está un poco desaprovechada. En definitiva, un espectáculo que intenta remover conciencias y que nos aporta, sobre todo, un trabajo interpretativo realmente meritorio. Un trabajo de aquellos que requieren una entrega total y un desgaste físico y emocional de gran nivel, además de brindarnos la oportunidad de ver en un papel dramático a una actriz que a menudo identificamos con el género de comedia.
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