Arthur Miller es uno de los grandes autores del siglo XX y Todos eran hijos míos es uno de los puntales de la santísima trinidad del dramaturgo, junto con La muerte de un viajante y Panorama desde el puente. La crítica a la idea del sueño americano y la hipocresía de la sociedad estadounidense post-Segunda Guerra Mundial es una constante en los textos de un autor que vivió en carne propia la ruina de la empresa textil familiar durante la Gran Depresión y la persecución política a los artistas sospechosos de simpatizar con el comunismo en los años cincuenta. Por eso sus historias no son amables ni complacientes: enfrentan las realidades conflictivas de una sociedad en tensión permanente.
Todos eran hijos míos, las luces y sombras de una familia industrial involucrada en un escándalo mayúsculo: la venta de piezas defectuosas para la construcción de aviones que, durante la Segunda Guerra Mundial, provocó la muerte de 21 jóvenes pilotos. Basada en hechos reales, el brillante texto de Miller enreda secretos familiares, pasiones amorosas y complejos debates éticos.
El Teatre Lliure recupera este clásico con una buenísima traducción de Cristina Genebat y la brillante dirección de David Selvas que sitúa la acción en el jardín de la casa familiar. La puesta en escena sobria pone de relieve las espectaculares interpretaciones de un reparto que convierte la propuesta en uno de los grandes montajes de la temporada.
Ver a Jordi Bosch en la piel del empresario Joe Keller es un festival: el actor borda un papel lleno de matices y claroscuros. La otra valía es una espectacular Emma Vilarasau, que se mueve cómoda (como sólo saben hacer las grandes intérpretes) en el dramático papel de Kate, la madre «enloquecida» por la muerte de su hijo. Eduard Lloveras afronta con solvencia (aunque con una energía más de ingenuo adolescente que de hombre en la treintena perturbado por los efectos de la guerra), junto a Claudia Benito, los papeles de los jóvenes enamorados. Todos los papeles secundarios llegan y muelen: Gemma Martínez, Clara de Ramón, Quim Ávila, Edu Buch y Francesc Marginet demuestran en las pocas frases de sus personajes una grandeza actoral que acaba de hacer redonda toda la experiencia.
¡Un imprescindible de la temporada!