Guillem Albà se define como clown y creador escénico. A partir de aquí lo hemos visto actuando, dirigiendo, haciendo televisión o radio… y, sobre todo, saltando de una disciplina a la otra: clown, títeres, teatro visual, teatro de gesto, música, etc. En su noveno espectáculo en solitario ha decidido dar un nuevo salto al vacío y se ha dejado dirigir por Andrea Jiménez, una de las creadoras de nueva hormada más solicitadas del panorama actual. El resultado es una especie de híbrido sobre la muerte –a muchos niveles- y también sobre el hecho de actuar y dedicarse al teatro. A partir de performances, teatro de texto o momentos más próximos al lirismo ya conocido de Albà, la obra transcurre de forma un poco errática y no parece encontrar el tono… hasta casi al final. Podemos asegurar que Albà ha salido de su zona de confort –cosa que es de agradecer en cualquier artista- pero esto comporta cierta incomodidad que se va arrastrando, y que se nota…
Junto a Albà encontramos en escena a la actriz Aitana Giralt. Juntos interpretan algunos de los momentos más divertidos y más excéntricos de la pieza, mezclando ritmos bailables, comentarios críticos a la profesión (“a los actores de aquí”) y viendo como la muerte come sushi y se bebe un refresco de cola. Bien es verdad que todo resulta un poco desconcertante, pero me quedo con la escena final, más introspectiva, que no desvelaremos para no aguar la fiesta a nadie.