¡Cuánta belleza!, este fue mi primer pensamiento al salir de disfrutar de Todas las noches de un día. Un espectáculo que contiene una hermosura creada a través de una historia dura, muy dura, que contada de otra manera podría convertirse en noticia de la sección de sucesos de cualquier medio amarillista, pero que Alberto Conejero escribe con tal poética que es una delicia con la que gozar en cada frase.
Encima del escenario Carmelo Gómez y Ana Torrent, muy bien dirigidos por Luis Luque, representan a Samuel, el misterioso y reservado jardinero que cuida del invernadero de Silvia, una enigmática mujer que lleva un tiempo desaparecida. La obra se centra en el día que la policía viene a tomar declaración a Samuel, que sigue habitando ese paraje desde que Silvia despareció, cuidando del jardín que ella tanto amaba. Samuel, ayudado por el fantasma de Silvia, va narrando a la policía lo que sabe sobre el paradero de ella. El comisario de policía no está encima del escenario, si no que Samuel mira directamente a los ojos del público para contarnos lo sucedido. Algo que le da aún más fuerza al texto y a los personajes.
Para mí cabe destacar el trabajo actoral de los dos, pero sobre todo de Carmelo Gómez, con un personaje que vemos pasar del presente al pasado: sin que dé tiempo a pestañear lo vemos oscilar entre el joven muchacho que llegó años atrás a trabajar al jardín de Silvia y el hombre perturbado y triste que se ha curtido con los años. Dos personajes que el texto, la dirección y el trabajo actoral consiguen que empaticemos con ellos, compartamos sus vivencias, nos enternezcamos y comprendamos su tormento.
También ayuda a enamorarse de la obra la preciosa y cuidada escenografía, de Monica Boromello y la iluminación creada por Juan Gómez-Cornejo.
Una historia de amor, desamor, violencia, abandono y ternura contada de una manera que resulta pura poesía.