Un cubículo de dimensiones reducidas y cortinas rojizas, una mujer enigmática que espera pacientemente sus cien citas, una pantalla enorme que capta los detalles más pequeños… Esto es The second woman, el espectáculo experimental que ha acaparado titulares este último fin de semana. Y no es para menos… La propuesta ya era de por sí curiosa y atractiva desde el principio, pero por encima de todo había el valor de una gran actriz como María Hervás (Ifigenia en Vallecas, Jauría, Yerma) que aceptaba el reto de encerrarse en el pequeño espacio durante 24 horas seguidas y recibir a un centenar de hombres con los que no había tenido ningún contacto previo. Todo tenía que surgir de las reacciones más pequeñas, de las repeticiones de una escena pactada (pero no ensayada), de los errores, de los imprevistos o del juego que se podía crear en un determinado momento.
Uno de los objetivos del espectáculo era hacer un repaso de las varias masculinidades que irían desfilando ante el público. En mi opinión era una cuestión de observación, de comparación o incluso de análisis, pero no tanto de juicio o de escarnio como he leído erróneamente en algún lugar. De hecho, es el público el que toma partido, el que decide que es lo que resulta gracioso, o estrafalario, o políticamente incorrecto… La actriz, en cambio, se mantiene en una postura casi aséptica y distante, reaccionando solo a los estímulos que va recibiendo y sin tomar partido ni salir del personaje. Una tarea arriesgada y difícil que Hervás aprueba con nota.
Tuve el extraño honor de ser uno de los cien invitados a la fiesta. Y si digo extraño es porque la extrañeza y la incertidumbre eran el único motor al que podíamos cogernos. Había un texto previo, como he dicho antes, pero desconocíamos el espacio, la disposición escénica, la actitud que tendría la actriz, el pago del final, etc. Solo quedaba dejarse llevar, y en este sentido Hervás conducía, reconducía, corregía o transformaba aquello que iba sucediendo. Pero sobre todo, acompañaba y modelaba la escena desde una sutilidad que casi hipnotizaba. Una experiencia única para todos los que participamos pero también para los espectadores, porque esta vez más que en otras ocasiones el público era en mi opinión un elemento clave. Un público que entraba, salía, comentaba o incluso dormía a ratos, pero que de alguna manera transformaba también el espectáculo y después lo digería de formas muy diferentes. Cien citas, y centenares de interpretaciones…