La imagen que una persona proyecta de ella misma no es siempre la real o verídica, a veces las personas construyen un personaje que se adecua más a quien les gustaría ser o a quien piensan que el resto aceptará con más facilidad. Olvidarse de las raíces o de los orígenes nunca sale bien…
Cris Martínez y Marc Domingo presentan a The Cibels, un dueto de música que parece ser que han vivido una década de éxitos musicales en los años 70 y que han decidido separarse. En la última entrevista que otorgan a un medio en su estudio en Nueva York, han decidido hacer un repaso a su ascensión a la popularidad, pero mientras intentan demostrar su talento para llegar a este punto se van resquebrajando los recuerdos y van surgiendo los hechos reales de todo como, por ejemplo, que no son americanos ni mucho menos.
Martínez y Domingo son los artífices de esta idea original que plantea una historia llena de música y verdades a medias. El espectáculo, creado conjuntamente con Laura Aubert, Francesc Marginet y Clara Mingueza, tiene un inicio muy prometedor que evoca al público a un estudio de la década de los setenta, con un vestudiaro y una producción escenográfica magnífica y muy bien detallada (Núria Casfont y Enric Romaní, respectivamente) que completan exquisitamente el relato y que se convierte para la espectadora en un atractivo importante de la producción.
El texto provoca un interés creciente desde su inicio, aunque se pierde a medio camino con la historia. El giro de realidad con los orígenes de los músicos es un golpe de efecto muy acertado, pero a partir de entonces parece que la narrativa va un poco a la deriva, hacia un relato más metafísico e introspectivo que pierde poco a poco a la espectadora y es una lástima.
Los dos intérpretes son una maravilla y es su magnetismo el que traspasa el patio de butacas. Su presencia y su transformación del personaje presentado al real, el cambio de estrella al adolescente de un pequeño pueblo catalán que cantaba en la parroquia, es significativo en sus actuaciones y la veracidad con que se transmite captiva al público. Martínez y Domingo están excepcionales y tienen unas voces increíbles.
Una producción que despierta curiosidad y con mucho gusto trabaja una época y una musicalidad diferentes que habría acabado de ganarse al público con una resolución más cercana al tono inicial.