Dice Elisenda Roca, directora de la obra, en el programa de mano que aprendió a diferenciar «un musical de una serie de canciones disfrazadas de este género» gracias a José María Pou. La clave, según Pou, reside en el hecho de que «si a un musical le quitas las canciones, no entenderás la obra, no tendrá sentido, no avanzará». Esta reflexión, muy interesante y acertada, no sería la más idónea, pero, para introducir este montaje que, precisamente, no cuenta ninguna historia. La propuesta, simpática y comercial, es, en realidad, una serie de sketches sobre la vida amorosa, desde la primera cita, pasando por el matrimonio y los hijos, hasta llegar a la tercera edad donde el amor, parece, vuelve a nacer. Por lo tanto, casi cualquier canción se podría eliminar sin que alterara demasiado el conjunto global más que por tener que sacrificar con ella también el gag completo en algunos casos. Dicho esto, el espectáculo, a pesar de ser un poco demasiado largo, es ameno y divertido, juega con bastante gracia con los tópicos habituales del sexo y el amor, y aprovecha al máximo los cuatro intérpretes, la ejecución cómica y vocal de los cuales es impecable. El espectáculo vive, básicamente, gracias a su talento para que, en términos de dirección, desgraciadamente, se nota la poca experiencia de Roca. Su apuesta sobre seguro, sin correr ningún riesgo escenográfico, con una puesta en escena rutinaria y sin ninguna originalidad. Sin embargo, el buen rollo de las canciones contagia y, probablemente, conseguirá poner de buen humor a muchos espectadores que, hoy en día, parece que es lo que muchos buscan.
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