En esta Terra baixa, Lluís Homar se pone en la piel de cuatro personajes diferentes de una misma obra: Marta, Manelic, Sebastià y Nuri. Y es perfectamente creíble en los cuatro. Esto sí que es increíble. En un escenario primero todo blanco y después lleno de hojas y troncos secos, Homar imparte una lección de teatro porque consigue dramatizar él solo la gran historia épica del triángulo amoroso formado por Manelic, Marta y Sebastià. Hace las transiciones de un personaje a otro de una manera absolutamente natural, sin que casi no demos cuenta, con cambios de voz sutiles pero suficientes para que sepamos claramente cuál es el personaje que habla. Es difícil describir su manera de interpretar esta obra porque lo hace todo sin que nos demos cuenta de que él solo se pone en la piel de cuatro personajes muy diferentes entre si. Sin ir más lejos, las lágrimas que derrama cuando hace de Marta son tan reales que parece que estemos viendo una mujer es escena.
Esta adaptación del gran clásico de Guimerà, que firman a cuatro manos el mismo Homar y Pau Miró, quien lo dirige, está hecha a medida de Homar porque ningún otro actor sería capaz de hacerle frente y salir airoso. Al ritmo cadencioso de la música de Sílvia Pérez Cruz, llega a un apoteósico «He mort el llop», dicho sin gritos ni aspavientos, con lucidez y cordura. Es curioso porque en ningún momento parece que Homar haga ostentación de pasión desmesurada, sino que los matices y las inflexiones de voz que hace ya denotan el estado de ánimo de cada personaje.
En definitiva, Homar se hace el dueño del escenario en un montaje sencillo y minimalista en todos los sentidos, pero lleno de una fuerza telúrica y mágica.
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