Hay personas que viven continuamente dentro de un conflicto personal con otros individuos, muy probablemente el inicio de esta disputa es una historia de amor. Otras se dejan fluir por las cosas que pasan a su alrededor y hay algunas que, incluso, evitan cualquier altercado que tenga que ver con abrirse y hablar con el corazón en la boca –para bien o para mal-.
Dos hermanos con sus parejas y una casa familiar con piscina, aquí se sitúa esta historia. Mientras hablan y afrontan sus relaciones amorosas y familiares, los cuatro personajes también reflexionan sobre ellos mismos.
Parte de la gracia de esta producción es que los papeles se reparten justo antes de empezar la obra entre los cuatro intérpretes: Mireia Giràldez, Quique Muro, Eloi Duran y Pau Oliver. La espectadora se encuentra imaginando si el texto tendría el mismo sentido o lo recibiría de la misma manera si quién estuviera narrando fuera otro y la realidad es que el cambio de caretas no afecta en ningún caso al resultado final, aunque una vez organizado se hace la opción más plausible de todas. Un texto actual, aparentemente sencillo, pero con reflexiones interesantes, con lenguaje directo y lleno de ritmo.
Una puesta en escena minimalista que recrea el paraíso de la piscina en casa es el marco donde estos hermanos hablan con y de sus parejas, y también de la familia y como han llegado a ser quien son. Es un espacio preciso que permite el juego interpretativo, con palabras y movimiento que van recorriendo el lugar, que a veces opta por coreografías gestuales o melodías compartidas.
Ya se ha acabado el verano y obras como estas nos muestran que quizás sobrevivimos nueve meses a nuestros conflictos personales mientras esperamos que la calma veraniega lo ponga todo en su sitio.