El ritmo de la música se introducir en la cabeza antes que el espectáculo empiece gracias al “DJ” que hay encima del escenario. Con una estructura rítmica constante, la inquietud ya entra en el organismo del público. Y empieza la expectación por lo que se verá. Estas sensaciones que se provocan antes del inicio de la producción es solo una pequeña muestra de todo lo que ofrece este espectáculo.
Con la voluntad de mostrar la dificultad de encontrar el equilibrio entre el presente y las cicatrices del pasado, el espectáculo se basa en los movimientos de los tres bailarines de claqué que hay encima del escenario. Con sus gesticulaciones y sus interpretaciones a través del baile, la fuerza con que marcan el suelo o la suavidad con la que pasan los pies por el tablero, van mostrando las diferentes fases emocionales que los personajes van sobrepasando.
Todo el espectáculo está lleno de estímulos para el/la espectador/a, con diferente intensidad dependiendo del momento narrativo, pero con una clara voluntad para interpelar al público en todo momento.
Cada bit musical, cada tap de zapato hipnotiza y crea una conexión con el miedo, la angustia, la esperanza o la felicidad de la narración.
Al baile y la música, se suma una ayuda visual a la narración en forma de texto que contextualiza. Una información que, a veces, es innecesaria y demasiado compleja o explicativa para un espectáculo donde la emoción que proporciona lo es todo. Con menos texto, o conceptos más concisos, esta parte visual hubiera funcionado mejor. De la misma manera, hay etapas del montaje que se hacen excesivamente largas, aunque en el tiempo no lo son, sí que lo parecen en el conjunto de la trama.
Se trata de un espectáculo donde el público se tiene que dejar llevar por las sensaciones y emociones que le provoca cada detalle, perderse en los ritmos y la expresividad de los interlocutores que hay encima del escenario. Emoción, pura sensación.