La sinopsis del espectáculo Strange Fruit nos presenta la obra como una reflexión política, racial y de genero a través de canciones de autoras afroamericanas. Pero esto es solo la primera capa, el aspecto formal, una categorización intelectual que, como tal, siempre resulta estrecha de miras cuando se trata de arte. Strange Fruit es reflexión y denuncia, sí, pero no desde un manifiesto de salón repleto de aforismos y estadísticas, sino desde el desgarro más profundo y el alma expuesta. Y así, a través de la desnudez del interior -que no el exhibicionismo-, Strange Fruit nos habla de golpes físicos y moratones morales. Derrochando sensibilidad -que no afectación-, la obra nos comparte el dolor, casi ancestral, de una época acotada en tiempo -años treinta- y en espacio -Estados Unidos- pero que han atravesado todas las minorías de forma omnipresente y atemporal. La minoría de las mujeres, la de los pobres, la de la gente de color. Casi nadie entonces. Una minoría a la que tantas voces se han unido y a las que ahora, Strange Fruits se suma con una intérprete y un piano. También con otro protagonista indiscutible: la luz. La luz que domada con maestría nos llega a arropar con calidez en el despojo del abandono; la que alborota fiestas alrededor de un piano; la que nos encara al mutismo de un espejo. Y por supuesto, la luz que coteja con las mentes blindadas por la ignorancia. Claro está.
¡Enlace copiado!