Palabras que no se dicen en voz alta. Momentos que se entierran en los rincones de la memoria y que se evitan. Situaciones dolorosas que se esconden. Recuerdos que quedan en un segundo plano, pero latentes a la espera que algún sonido o imagen lo haga estallar todo y se tenga que afrontar.
Alícia es una crack en su trabajo, es la mejor de la empresa y vive para trabajar y conseguir el éxito. Este es su refugio para afrontar una vida personal que no tiene y a la cual no deja que nadie se acerque, las relaciones laborales son las únicas posibles. Un día, un desconocido le entrega una cinta de caset grabada por Víctor, su hermano gemelo, donde el mismo narra su propia versión de un cuento que les explicaba su abuelo cuando eran pequeños. Escuchar este cuente le provocará un descalabro. Empiezan a resurgir los recuerdos que enterró cuando era pequeña, momentos que le provocaron un dolor inmenso. Aunque intenta deshacerse, no tendrá otro remedio que enfrentarse a todo lo que acaba de recordar.
Paula Malia es el polo de atracción de esta obra, su Alícia es todo contención y explosión al mismo tiempo. La acompañamos en este viaje por la memoria y en la aceptación de sus emociones. Su miedo, su dolor nos es propio en cada paso que da. Una vez ha conectado con ella, el resto queda en un segundo plano. La historia, el texto, queda diluido en su gran interpretación. Àlex Casanovas y Laura Conejero la acompañan en este camino como secundarios de lujo, ayudándola en cada paso, echándole una mano en esta aceptación.
El montaje, con una escenografía móvil, austera y muy cuidada, es de un minimalismo cautivador. La luz y la distribución del espacio nos van conduciendo en cada escena y nos guían en esta travesía.
La forma y la interpretación de la historia nos cautiva, pero no tanto así el texto, que se queda a medio camino en la narración. Hay momentos que quedan claros y otros en que el público tiene que acabar de unir las piezas, una técnica interesante, pero que al mismo tiempo deja esta producción coja. No acaba de cuadrar bien todo el conjunto y la espectadora se queda con una sensación de incertidumbre inacabada. No porqué la historia no se cierre, que lo hace en cierta manera, sino porqué queda la sensación que se podría haber narrado todo mejor.
Intenso y sobrecogedor, este viaje por la memoria nos deja con la certeza que hemos perdido alguna pieza de este puzle que hace imposible ver un conjunto final homogéneo.