La premiada compañía La Calòrica (Premio Quim Masó 2014, Premio Adrià Vado 2012, Premio del jurado y del público Escènia 2010) empieza, poco a poco, y de forma muy merecida, a hacerse un nombre en el circuito de teatro independiente. Con dramaturgia de Joan Yago e Israel Solà en la dirección, como es habitual, en esta ocasión han puesto en su punto de mira la precariedad laboral y los puestos de trabajo prescindibles, inútiles o estúpidos que la generación más joven está sufriendo debido a la crisis. El espectáculo es muy divertido, tiene buen ritmo y un buen puñado de ideas ingeniosas. Solà extrae de sus actores la máxima comicidad y dota de un dinamismo muy fresco a todas las transiciones con números musicales y otras composiciones escénicas. Lo que le podríamos reprochar, a pesar de sus virtudes, es su espíritu endogámico. Las experiencias (hilarantes y lamentables) que parodian los sketch están escritas, casi en su totalidad, desde el punto de vista de actores y actrices que malviven con estos trabajos complementarios. Se habría agradecido abrir el abanico, ya que, supuestamente, el montaje aborda un tema que afecta a todo el mundo (no sólo a los artistas) y, por lo tanto, sería interesante ver representados también a los periodistas, arquitectos, psicólogos o profesores que se han visto en situaciones similares. A pesar de esto, el talento del equipo está, en cierto modo, por encima de esta circunstancia y su mala leche retratando situaciones patéticas resulta una verdadera delicia.
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