La idea del control mental, de la capacidad para dirigir el pensamiento de las personas, de guiarlo en beneficio propio toma forma de forma explícita en un espectáculo que, pese a plantear constantemente la moralidad del dominio a partir de la manipulación, adopta un ritmo fresco y trepidante que atrapa. El gozo del teatro.
El buen juego de Enric Cambray y Marta Bayarri, en el papel del consejero Valentín Muntaner y de una enigmática Marga Coll, respectivamente, bajo la dirección de Sergi Belbel, y la negra comicidad del texto de Roc Esquius son un cóctel casi perfecto para el espectador. El espacio, con la proximidad y el calor que aporta, ayuda a redondear la experiencia. Tal vez, se podría hablar de dos montajes en uno. El planteamiento y el desenlace están trabados de una forma magistral, con sensibilidad, con la dosis de misterio, de giros de guión y de goteo constante de pequeñas sorpresas que garantizan la conexión de la audiencia con una trama llena de gracia y misterio a partes iguales. El nudo, en cambio, a pesar de convertirse en una auténtica exhibición de talento por parte de un actor que se multiplica en mil personalidades a la vez y que las sabe mantener sin estridencias, te sitúa en otro plano y te distrae un poco del dilema primigenio que invitaría a tomar una cerveza o un café para seguir hablando. Pero acaba por no afectar. El público vuelve a la esencia en cuanto el atolondrado consejero toma de nuevo el lugar en su despacho. Y la posibilidad de encontrar los paralelismos con nuestra sociedad, con la situación política global y con la amarga sensación de que la gracia del éxito se encuentra en la capacidad de vencer, que no de convencer, se mantiene. Y, realmente sí, resulta agradable una cerveza o un café para seguir hablando. Esto, que no falte. Cosas de sapiens, quizá.