Dentro de una temporada en la que se ha decidido hacer varios homenajes al muy querido dramaturgo Josep Maria Benet i Jornet, tiene cierto sentido que se haya escogido Revolta de bruixes para presentar a las actrices de la Kompanyia Lliure, tratándose de una historia protagonizada, básicamente, por mujeres. A pesar de ser un texto muy popular en el ámbito del teatro amateur, hacía muchos años que no se hacía un montaje profesional y, por lo tanto, la propuesta tenía que luchar, de entrada, contra los prejuicios que cuestionan su vigencia. Afortunadamente, hemos podido comprobar, gracias, en gran parte, al carisma y buen trabajo interpretativo del reparto, que la pieza todavía funciona, tiene interés y actualidad. Lo que se ha perdido, quizás, es el impacto o la transgresión de dar voz a este tipo de personajes en un espectáculo teatral. En este sentido, desde los años 70 ha llovido mucho. Lo cierto es que esta nueva puesta en escena funciona; es ligera, divertida y bastante entretenida. Otra cosa es que, comparada, como proyecto, con el de los actores de la Kompanyia, denota una descompensación en la dificultad, ambición, presupuesto y profundidad de contenido que no hace justicia a sus capacidades interpretativas para un primer espectáculo. Pero esto, en realidad, es otro debate sobre una decisión discutible externa a la obra misma, que no tiene nada que ver con la profesionalidad y eficacia con la que ellas la defienden.
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