Las historias se construyen a partir de momentos clave que deciden un camino. O así quedan en la memoria de las personas. Se construyen relatos con diferentes anécdotas convertidas en eslabones de una cadena hasta un día determinado, aquel que lo empezó todo o que le puso fin.
Un joven estudiante de periodismo se encuentra en una discoteca, este es el punto de partida que ha decidido hacer servir para explicar al público esta historia. Es aquí, en este sitio más bien sórdido y poco agradable, donde también presenta a Òscar, la otra cara de este relato. Un amigo que pronto la espectadora sabrá que es mucho más que eso.
El texto es el relato directo y sincero de un amor que consume. Iván F. Mula estructura la narración en tres segmentos que coinciden con puntos temporales claves de la relación entre el protagonista y su amigo. Mula, a través de Roger Vilà, muestra íntegramente el interior del protagonista en cada momento, lo deja desnudarse emocionalmente ante la espectadora y esta lo recibe ofreciéndole todo el espacio que necesite. El público escucha y se reconoce muchas veces en algunos de los diálogos, y nace así una sonrisa triste compartida que crea aún más conexión con el escenario. Montse Rodríguez ha sabido coger este texto tan personal y exportarlo a un escenario íntimo, lleno de acción y movimiento, donde la música es una intérprete más que va tramando los diferentes espacios. Las coreografías gestuales de los personajes componen una estructura muy atrayente.
Roger Vilà y Mireia Sala son el equipo perfecto de narradores, con ritmo y sincronía total. Es imposible imaginarse a otro tándem tan bien compenetrado. Vilà desaparece totalmente y es el protagonista quien con sus palabras y sus movimientos pone forma unos sentimientos que lo consumen, que sabe que no le aportan nada bueno, que le obligan a ser quien no es… pero que lo dominan más de lo que querría, y todo eso que expone el texto, sin Vilà no sería igual. Su entrega y pasión despierta a cada espectador/a y lo empuja a seguirlo en su narración. Sala es tremenda, con una fuerza interpretativa que contagia a todo aquel que hay dentro y alrededor del escenario, irradiando una energía inigualable. Es uno de los grandes descubrimientos de esta producción. Como soporte inicial en la historia narrada por Vilà, pronto se convierte en un pilar fundamental que ayuda a encajar todas las piezas foráneas al protagonista.
¿Pequeña o gran narración? Eso es igual, el fondo de todo aquello que se expone en el escenario, las preguntas y el reflejo que provoca es lo que realmente importa. Las historias reales, que exploran las emociones son las que más llegan al público, y este es un gran ejemplo.