La historia de rivalidad de dos estrellas del Hollywood clásico como Bette Davis y Joan Crawford es apasionante por diferentes motivos. Primero porque ilustra el final de una etapa dorada de una industria cinematográfica basada en un sistema de grandes estudios donde sus estrellas fueron las principales damnificadas. Segundo porque explica cómo esta rivalidad era, en realidad, la única manera de estas actrices veteranas de continuar recibiendo atención mediática (y, por lo tanto, trabajo) en un mundo misógino que las despreciaba por su edad. Y tercero, porque Bette y Joan, en la vida real, eran tan complejas y interesantes como si hubiesen sido personajes escritos por el mismo Tennessee Williams. En este sentido, Carme Elias y Vicky Peña están a la altura de las circunstancias, haciendo un trabajo interpretativo magnífico, elegante y magnético que el impecable equipo de caracterización ha acabado de redondear. El problema del espectáculo, no obstante, es haber optado por apoyarse en un texto teatral epistolar que no aprovecha el jugoso material que tiene sobre la mesa, que suaviza el conflicto, diluye los detalles, la profundidad, los matices y nos priva de asistir a diálogos directos de los que se podría sacar un gran partido. La obra tiene un gran encanto, el espacio escenográfico está muy bien planteado y genera una atmósfera de glamour e intimidad fascinantes. Pero, como decíamos, toda esta buena base queda contenida por una dramaturgia a medio gas que no deja que sus actrices brillen y se luzcan cuando van sobradas de talento para poder hacerlo.
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