Sarah Kane, la talentosa y atormentada autora británica que se quitó la vida al poco de cumplir 28 años, escribió Purificats inspirada por una controvertida frase de Roland Barthes: “Estar enamorado es como estar en Auschwitz”. De hecho, la obra nos habla del amor en situaciones límite, del desafío de los enamorados a un régimen que intenta censurar cualquier tipo de sentimiento. Dos hermanos incestuosos, una pareja gay y un chico perturbado son los personajes sobre los que se infringe el castigo, las limitaciones y la violencia más extrema. Completan el reparto un falso doctor, que domina la situación a base de totalitarismo, y una bailarina de peep-show por la que está absolutamente obsesionado.
Kane hace de la violencia su gran metáfora y elabora una de las obras más salvajes y estremecedoras de su escasa producción. La versión de La Cremosa, dirigida por Mia Parcerisa sobre una traducción de Jordi Prat i Coll, apuesta por una puesta en escena prácticamente vacía y austera. El punto fuerte lo crean los intérpretes, que con sus cuerpos y un movimiento coreográfico muy estudiado llenan la escena e impactan con momentos de horror… pero también con momentos musicales bastante sorprendentes.
Quizás las repeticiones y algún subrayado excesivo lastran un poco el conjunto, a pesar de que lo más importante de este montaje es que realmente exista. Y es que es muy difícil montar una obra como esta, que ya en el momento de su estreno –allá por el 1998- se consideró una pieza muy difícil y prácticamente irrepresentable. Por lo tanto, que una compañía joven y con una producción modesta pueda sacarlo adelante ya es todo un éxito.