Todo el mundo es consciente que su actitud y manera de ser se adapta y acopla a aquellas personas con las que interactúa. No es lo mismo quien se es con la familia, con los amigos y amigas o en el trabajo, por ejemplo. Aunque siempre quede una pequeña esencia de quienes somos en cada uno de los personajes que interpretamos, el código cambia y también la reacción que esperamos o encontramos.
Con el texto de Prosopopeya Pablo Macho Otero aborda la crisis existencial de un actor que busca esconderse bajo las máscaras de sus personajes al mismo tiempo que duda de quien es realmente. Y mientras intenta discernir entre esta dicotomía, aborda el mito del “yo” bajo el paraguas del mito griego de Narciso, Eco y Eros.
Aunque en un principio pueda parecer una narración densa y tediosa, las palabras hiladas en verso consiguen crear un espacio distendido y divertido donde la espectadora se siente partícipe de las confesiones del actor. Emma Arquillué y el propio Pablo con la dirección, estructuran una escenografía artesana y artística que se convierte en un buen escenario para el objetivo de la obra. Con el juego de palabras y máscaras juntamente con la interpelación al público, a quien el protagonista y sus cómplices quiere seducir y convencer, la pieza teatral se desarrolla de manera orgánica y muy amena.
Destacar la gran habilidad de Macho para narrar la historia, esta capacidad de cuentacuentos que tiene es magnífica para hechizar al público y adentrarlo en el mito objeto de la historia. Sus compañeros de escena, Santiago Aguilera y Arnau Comas, complementan este relato con la sonoridad y los movimientos adecuados. Especialmente interesantes e hipnotizadores son los movimientos que dan vida a la narrativa, una coreografía delicada, un poco clown, y muy expresiva.
Se trata de una pieza que acerca al público una forma teatral que provoca interés y curiosidad, que hace reflexionar y también entretiene. De hecho, este es, se podría decir, el sello de la compañía La Bella Otero que conjuntamente con otras obras como Loco amoris o George Kaplan quieren mirar dentro de una misma para hablar del mundo.