¿Qué relación hay entre actor, personaje y persona? ¿Somos los espectadores el espejo en el que se refleja el actor? ¿El mundo es un escenario y nosotros sus actores? ¿O bien el mundo funciona como un cerebro en el que nosotros somos las neuronas que actúan conjuntamente? Estas son algunas de las preguntas que intenta responderse Pablo Macho Otero –primero como actor, después como personaje- en esta deliciosa fábula filosófica sobre la identidad y todo lo que gira en torno a ella.
Cuando todo empieza encontramos al actor en una especie de taller escultórico. Allá elabora las máscaras que tanto juego darán a la pieza, desarrollando continuamente un juego de espejos que llega hasta las últimas consecuencias. Hay que destacar también que una gran parte de la obra se basa en historias mitológicas, como la de Eco y Narciso, que están narradas en verso y trabajadas como un acto sacramental del Siglo de Oro. Pablo Macho Otero ya ha probado en otras ocasiones esto de la rima, y bien es verdad que no se le da nada mal… hasta el punto de llevarla aquí un paso más allá.
El montaje está dirigido por el mismo actor y por la otra mitad de la compañía La Bella Otero, la actriz Emma Arquillué. Justo es decir que la dirección es ágil, juguetona y muy libre, hasta el punto de introducir dobles, música en directo o pequeños trucos de cara al espectador. Todo para hacernos pasar con mucha más teatralidad un tema que podría haberse quedado en mera disertación.