Ahora que parece que Barcelona se está poniendo de moda como ciudad de referencia en lo que respecta a la programación de musicales (según dicen los productores nacionales), estamos teniendo el privilegio de poder ver cada vez más espectáculos mundialmente conocidos. Sin embargo, por otro lado, nuestra mirada, con la experiencia como espectadores, se está volviendo menos ingenua y, por lo tanto, tenemos derecho a ser algo más exigentes. Priscilla es un show luminoso, alegre y desenfadado que apuesta por el entretenimiento ligero, la música disco y la diversión superficial. Esto no es ningún defecto: ¡al contrario! Resulta muy necesario tener propuestas que proporcionan buen rollo a la platea y hacen levantar a la gente de su asiento y bailar un rato. El problema es que esta versión teatral de la película de la Metro-Goldwyn-Mayer se decanta tanto por la estética que, por el camino, pierde un poco su alma. No consigue conectar emocionalmente con el espectador como cabría esperar y, a pesar de su energía, puede no estar a la altura de las expectativas de quienes viene, exclusivamente, a desconectar y pasarlo bien. Su sentido del humor se queda en la parodia y el trazo grueso, y sólo el actor José Luis Mosquera consigue aportar matices y una cierta dimensión real a su personaje. Finalmente, tampoco a nivel vocal encontramos la espectacularidad que sería deseable, con la excepción de las tres coristas que ayudan a salvar el conjunto con su portentosa técnica. A pesar de esto, el montaje es ameno, muy vistoso y variado, aunque su luz y los colores no consiguen hacernos olvidar del todo sus carencias.
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