Cuesta mucho construir una vida y posicionarse con unos valores y unas creencias, en una manera de pensar, de ver las cosas y afrontar el día a día. Cuando la base de todo aquello que forma una persona tambalea, nada tiene sentido y las preguntas suceden sin saber de verdad cómo cambiar los parámetros para poder sobrevivir al quiebre.
Tessa es una abogada brillante que después de mucho trabajo ha conseguido despuntar en el despacho donde trabaja. Basándose en la ley, y solo en ella, sus clientes acusados de crímenes de diferentes tipologías han salido victoriosos de cada juicio. Ante la pregunta sobre la moralidad de defender a supuestos criminales ella se escuda en la verdad legal como única guía. Todo cambiará de un día para el otro.
El texto magnífico de Suzie Miller construye al mismo tiempo el relato y a la protagonista. Son sus acciones y sus relaciones las que van dando forma y mostrando al público el carácter y la esencia de Tessa. Con un ritmo incesante y trepidante la narración va cambiando de escenarios y personajes, a quienes va dando la palabra Victoria Luengo en una de sus mejores interpretaciones encima del escenario.
La intérprete se sumerge desde que se pone bajo los focos en una vorágine de situaciones y sentimiento, primero desbordada por la adrenalina de una vida perfecta y después atrapada en la duda y el autojuicio. Luengo expone la evolución del personaje con cada una de las capas de los niveles por donde transita. Cada minúsculo gesto o mirada transmite una infinidad de emociones que no pueden ser explicada por la voz. El sentimiento de traición, de decepción e incredulidad se va posando sobre su espalda de manera perceptible.
La dirección precisa de Juan Carlos Fisher y una escenografía mínima y funcional ayudan al despliegue de este monólogo que recoge más de una voz. En el cambio de estado de ánimo, en el salto dentro del relato de persona y situación, es donde también Luengo sale victoriosa, consiguiendo modificar el registro según la necesidad sin que quede incómodo o poco creíble.
La espectadora conecta con Luengo desde el primer momento y no deja ir la mano hasta el final. Con cada tramo de la historia le aprieta más y le quiere susurrar en la oreja que la acompañará todo el camino, no está sola.