El arte y la política

Prendre partit

Prendre partit
12/12/2014

La trayectoria como director de Josep Maria Pou nos ha llevado, en los últimos años, algunos de los textos más relevantes del teatro contemporáneo como La cabra de Edward Albee o Los chicos de historia de Alan Bennett. Últimamente, sin embargo, se había desviado esta tendencia hacia montajes más clásicos como El zoo de cristal de Tennessee Williams o la emblemática Llama un inspector de J.B. Priestley. Prendre partit parece un punto de inflexión entre estas dos vertientes. Estrenada en Londres en 1995, se trata de una obra formalmente muy clásica a pesar proponer un debate lleno de aristas y muy actual. Pou demuestra, en primer lugar, que sigue teniendo un gusto teatral exquisito y, por otra parte, que su talento interpretativo es enorme. Desgraciadamente, como director se muestra cada vez menos imaginativo, con síntomas que se le están acabando las ideas. Ronald Harwood, el autor, plantea un interesante conflicto en la Alemania de 1946 donde el director de orquesta Wilhelm Furtwängler debe defenderse de acusaciones de colaboracionismo con el régimen nazi. Basado en hechos reales, lo más estimulante de la propuesta es la indeterminación de los hechos, trasladando al espectador la responsabilidad de juzgarlos por él mismo. La historia es, en este sentido, cautivadora y rompe dramáticamente ciertos estereotipos de la eterna confrontación entre el arte y la política. Sin embargo, por momentos, puede resultar un poco demasiado densa y la sobriedad de la puesta en escena de Pou, básicamente, no ayuda a aligerarla. Por suerte, la estética es bastante llamativa y el resto de actores hacen también un buen trabajo, exceptuando, quizá, la interpretación un poco desdibujada de Andrés Herrera. Cabe destacar, en cambio, un inspirado Pepo Blasco en el papel de segundo violinista de la orquesta del acusado; un personaje, como la obra misma, humano y lleno de matices.

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